Con Klaus Mäkelä y Sondra Radvanovsky
GRANDES VELADAS MUSICALES EN CHICAGO
Chicago, EEUU
Domingo 12 de octubre de 2025
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Chicago (especial)- Roosevelt habría dicho, con poca simpatía, que ésta es la ciudad “del viento, la criminalidad y el alcohol”. Lo primero puede ser, parcialmente. El resto es cosa de la historia. Porque en la actualidad, pujante, moderna, convertida en la tercera metrópolis de Estados Unidos, Chicago ofrece, por el contrario, un exuberante panorama de arte y cultura, una escuela arquitectónica de avanzada mundial, intensa actividad teatral y en materia visual, de “blues”, pintura, museos, una biblioteca pública de trece pisos, múltiples institutos de enseñanza artística, y desde ya una particular dedicación a la música clásica.
Chicago Symphony
En esta dirección, en su primoroso auditorio de la avenida Michigan, asistimos a un concierto de la Orquesta Sinfónica de Chicago, una de las más prestigiosas del mundo (sus últimos titulares fueron Barenboim y Muti), lo que nos permitió conocer a un director de electrizante personalidad: Klaus Mäkelä. El joven maestro finlandés (29) abordó un programa dedicado a Berlioz, y lo hizo con una convicción, un esmaltado equilibrio de planos y una autoridad realmente deslumbrantes. En “Haroldo en Italia” contó con el concurso del violista francés Antoine Tamestit, de exquisito deslizamiento en todas las gamas (sus “filati” fueron increíbles), al tiempo que la agrupación lució una diafanidad de sonido, una transparencia en las interrelaciones entre las distintas familias (hubo ocho contrabajos) y una calidad decididamente ejemplares.
La Sinfonía Fantástica fue traducida a su vez con ataques enérgicos y un fraseo muy cuidado, pleno de matices, acordes limpios y claroscuros a veces excesivamente contrastantes. En un contexto de acentuaciones fluidamente naturales, rítmica suavemente sugerente y gestualidad medida pero vibrante, la ejecución del célebre vals constituyó un inolvidable modelo: en un logrado arco expresivo del principio al fin, notables “crescendo” y “accelerandi” las encantadoras cadencias se desenvolvieron con mínimo “rubati”, lenguaje alado, delicados énfasis.
”Medea”
Por su lado, la Lyric Opera of Chicago vivió una de sus grandes noches con la representación del melodrama de Luigi Cherubini (1797). Olvidada por un buen tiempo y si se quiere traída a la luz contemporánea a partir de 1953 (Callas, Vickers, Gui), “Medea” era para Brahms “una de las cumbres del arte lírico”. Su discurso clásicamente armonioso, expone con rica inventiva los variopintos pliegues de la tragedia de Eurípides.
Lo primero que cabe destacar de la función fue la magnífica producción del reconocido dramaturgo escocés David McVicar. Con escasos volúmenes escénicos, la puesta, muy bien iluminada, se basó en un inmenso espejo de fondo, colocado de manera inclinada de abajo hacia arriba, que duplicaba y reflejaba grácilmente toda la acción. A lo que se sumaron ciertos paneles móviles de serenos e imaginativos diseños para achicar el tinglado cuando hizo falta, todo sin perjuicio de un vestuario que en algunos casos pareció estrafalario.
En el podio, Enrique Mazzola, director musical de la compañía, se manejó con encomiable justeza, comunicatividad y aplicado estilo, mientras que en el cuadro de cantantes, el tenor Matthew Polenzani (Giasone) mostró voz recia y potente, sin demasiadas inflexiones.
Pero la figura estelar de la jornada fue sin duda su compatriota, la soprano norteamericana Sondra Radvanovsky (protagonista). Dotada de un registro "spinto" firme y de atrayentes reverberaciones, a lo largo de su faena puso en evidencia un fuerte carácter trágico, envolvente tanto en sus momentos de seducción como en sus terribles conflictos interiores rayanos en la locura vengativa. Melodiosa, fraseó y coloreó si se quiere cada palabra, cantó en todas las posturas físicas a las que la llevó su torturado personaje, se arrastró por el tinglado, y trasmitió con impresionante vigor (incluso actoral) el destino y vivencias de su retorcida y conmovedora criatura. El numeroso público (con buena cantidad de jóvenes), de la gran sala del río Chicago, la ovacionó calurosamente de pie cuando cayó el telón y salió a saludar todavía con sus brazos tenidos de sangre.
Carlos Ernesto Ure

