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En el Colón, con cambio medular del programa sin anuncio alguno

 

YUJA WANG, PIANISTA DE ALTO VUELO

 

Teatro Colón

Lunes 11 de marzo de 2024

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Bach: Obertura en estilo francés, BWV 831; 

Shostakovich: Preludio y fuga N° 2 y Fuga N° 15, de 24 Preludios y fugas, opus 87 y Preludio N° 5, de 24 Preludios, opus 34; 

Chopin: Baladas N° 1, en sol menor, opus  23, N° 2, en fa mayor, opus 38, N° 3, en la bemol mayor, opus 47 y N° 4, en fa menor, opus 52.

 

Yuja Wang, piano.

 

“Qué Schubert raro”, dijo un espectador al lado nuestro en el inicio del recital de Yuja Wang, el lunes en el Colón. Pero en realidad: lo que se estaba oyendo no era la Sonata N° 20 del músico vienés, anunciada desde hace meses como primera parte del evento e impresa en los programas (hubo insuficientes ejemplares), sino una pieza de Bach, la Obertura francesa, en si menor, BWV 831. A lo que cabe agregar que esa primera porción del evento se completó nada menos que con  parcelas de la serie de Preludios y fugas, opus 87, de Shostakovich.

 

El desconcierto de la sala (nadie entendía nada), como bien se lo puede imaginar, fue mayúsculo. Porque el teatro no hizo el más mínimo anuncio previo (ni posterior) de esta alteración sustancial del repertorio, ni mediante un volante entregado al público, ni por intermedio de sobretitulados colocados sobre el proscenio ni a través de altavoces. Tampoco realizó una advertencia oral la pianista. ¿Alguien podrá comprender semejante desbarajuste, más aún teniendo en cuenta la disimilitud total entre la obra informada y las ejecutadas?

 

Magnífico virtuosismo

La artista pekinesa (37), que perfeccionó su formación en el Curtis Institute de Filadelfia y es por cierto una de las fulgurantes estrellas internacionales del piano, hizo su aparición con su melenita, su agraciada figura y un largo vestido verde, y ya desde el comienzo puso en evidencia nuevamente cualidades superlativas, que la transforman en una suerte de “predestinada criatura musical” (inició el estudio de su instrumento a los seis años). Intuitiva, cargada de una fuerza avasalladora, nacida para esto (tocó toda la noche de memoria), expuso alma y acordes de exquisita plasticidad, digitación y justeza de acentos, al igual que esmaltado cromatismo y exacta pulsación en los trozos de mayor entramado sonoro. Es cierto que Bach no admite por esencia volúmenes de triple “forte”, y que en el contexto de su discurso, nuestra visitante, que desplegó su interpretación con un sello de academicismo formal, alternó con rítmica tensa trozos de impecable tersura y finos arpegios y ornamentaciones con otros de impactante  violencia, todo en un territorio de llanuras y cumbres, sin transiciones intermedias.

 

El trabajo de Shostakovich, incisivo, de lenguaje vertiginoso, violento, más afín al temperamento de la tecladista china, fue traducido luego con contundente transparencia, fenomenal energía (fue casi permanente la recurrencia al pedal) y una velocidad y un  mecanismo decididamente prodigiosos, en un marco de extremas dificultades.

 

 Las Baladas, de Chopin               

La segunda sección de la función se ajustó (ahora sí) al catálogo previsto, lo que terminó por configurar una velada de llamativa heterogeneidad. Yuja Wang, quien ya había estado entre nosotros en 2018 y este año se presentará en el Festival de Edimburgo encaró las bellísimas Baladas, de Chopin, con diáfana suavidad introductoria, expresivos “ritenuti” y agraciados “legati”.  

 

Su fraseo, contenido, fue delicado, el metal singularmente depurado, los matices esbeltos, envueltos en evanescente ternura. Pero nuevamente la intercalación casi abrupta de trozos rápidos, de marcada turbulencia, dio la impresión de una falta de línea conceptual, de unidad estilística. Los reflejos de dolor del ciclo son intensos pero no fragorosamente  trágicos (es probable que la alumna de Gary Graffman haya sido desbordada por su propio temple fogoso).

 

En el marco de un Chopin para nada almibarado, nada de esto empalideció sin embargo, sus vagarosas insinuaciones y nítidas escalas, la hermosura de sus efusivas inflexiones (la Tercera), la carencia de forzamiento de las dinámicas, todo hasta llegar al final de la Cuarta, con sus “accelerandi” particularmente agitados pero siempre controlados.

 

Calificación: muy bueno 

                            

 Carlos Ernesto Ure