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En el cierre del Ciclo Barroco del Colón

 

UNA VALIOSA VERSIÓN DE “EL MESÍAS”

 

Teatro Colón

Lunes 18 de diciembre de 2023

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Händel: El Mesías, oratorio en tres partes, para solistas, coro y orquesta, HWV 56.

Verónica Cangemi, soprano, Duke Kim, tenor, Xabier Sabata, contratenor y Christian Immler, bajo-barítono.

Academia Coral del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (César Bustamante), Bach Consort Wien y Orquesta Barroca Argentina (Rubén Dubrovsky).

 

 

Con la curaduría de Verónica Cangemi, el Colón desarrolló esta temporada un meritorio ciclo dedicado al barroco. Siempre con alto nivel, la serie culminó el lunes, con una lucida ejecución de “El Mesías”, de Händel (una magna empresa), desde ya uno de los oratorios de máxima difusión mundial, que fue objeto de una traducción de vibrante vuelo y ajustada musicalidad.

 

Impecable estilo

Hay varias maneras de encarar la creación maestra del autor de “Giulio Cesare”. A partir del orgánico si se quiere camarístico elaborado para su estreno dublinés de 1742, reproducido un año después en Londres (dos oboes, dos trompetas, dos violines, timbales, viola y bajo continuo), se fueron acuñando con el paso del tiempo dos corrientes hermenéuticas. Una, que apuntaba a la grandiosidad, con coros y orquestas enormes (Johann Hiller, Georg Solti, Malcolm Sargent). Otra, que ya en el curso del siglo XX, sin exagerar, pretendía volver a los orígenes (Thomas Beecham, Richard Hickox).

 

Rubén Dubrovsky, maestro argentino que desarrolló una carrera estelar en Europa en este repertorio y vive desde 1995 en Viena, eligió una vía intermedia, y en la función que nos ocupa condujo una agrupación instrumental mixta de treinta y tres miembros, integrada por músicos austríacos (del Bach Consort Wien) y otros de nuestro país, todos de absoluta identificación con el género.

 

Ya desde el comienzo, en esta su primera presentación en el Colón (había conducido en 2016 “Così fan tutte” en el Argentino), se pudo apreciar que el director porteño dominaba la obra de Händel con absoluta seguridad. Depurado concepto estético, transmitido de manera uniforme a todos los participantes, batuta tan precisa como exigente y elegante, empaste sonoro de milimétrico equilibrio, fueron todos factores que definieron su versión. A lo que cabe añadir un fraseo exquisito, dinámica fluida que incluyó delicados ritornelos forte-piano, despliegues envolventes del finísimo melodismo de Händel y un continuo limpiamente modelado (cello, contrabajo, fagot, clave, y órgano a cargo de Manuel de Olaso de señalado significado a lo largo de toda la jornada). Es cierto que Dubrovsky se manejó en general con tiempos algo rápidos (en contraste con las escuelas antiguas), muy bien marcados, pero ello ayudó a que la versión mantuviera constante interés durante las casi tres horas que duró la velada. También es verdad que debido a su adscripción a la tendencia historicista, las trompetas expusieron alguna duda y las cuerdas reflejaron como común denominador un cromatismo si se quiere desleído, aunque no llegaron a rozar para nada las rispideces a que otros organismos similares nos tienen acostumbrados.

 

Las voces

Preparado por César Bustamante, perito en la materia, el coro del Instituto Superior de Arte del Colón sorprendió debido a la calidad de sus amalgamas y unísonos, su destreza para los trozos polifónicos y melismáticos, la limpieza de las ornamentaciones (“For unto us a child is born”, “Surely he hath borne our griefs”).

 

Propagado una y mil veces en épocas navideñas principalmente en Gran Bretaña y Estados Unidos, en el cuadro de cantantes solistas de “The Messiah” (ubicados junto a la orquesta sobre el foso cubierto) todos se desenvolvieron con estimable y parejo nivel. Ninguno encara a personajes determinados, y van desplegando simplemente los textos ingleses de Charles Jennens (tomados de pasajes bíblicos) de manera plásticamente descriptiva.

 

En este recorrido, nuestra compatriota, la soprano mendocina Verónica Cangemi, de importante trayectoria internacional, lució voz cálida y entera, de gratas reverberaciones, y también fraseo refinado, de bien elaboradas honduras expresivas (“I know that my Redeemer liveth” fue una cátedra de estilo y comunicatividad). El bajo-barítono bávaro Christian Immler mostró a su vez metal muy homogéneo en toda su amplia tesitura, canto firme, que corre bien, pulcro, perfectamente timbrado. Desde su costado, el joven tenor coreano Duke Kim acreditó sonido terso y lozano y emisión franca (“Ev’ry valley”). El catalán Xabier Sabata (de volumen algo limitado), sustituyó en la cuarta cuerda a la contralto indicada por una tradición secular (incluso en la versión de Mozart). Digamos que sin perjuicio de la sensibilidad de su exposición y sus “filati”, no es lo mismo. Porque antes el castrado usaba y ahora la contralto usa su voz natural, lo que permite la manifestación de opulencia sonora, armónicos, color y otra expansión de los que carece el contratenor, quien entona con un registro fisiológicamente artificial.

 

Calificación: excelente

Carlos Ernesto Ure

 

 

RECUADRO APARTE

UN AÑO DEL MUNDIAL

Finalizada la velada, y ante las aclamaciones del público que colmaba las instalaciones del Colón, el maestro repitió el célebre “Aleluya”. Pero al terminar su exultante ejecución, y en medio de las ovaciones, se quitó la levita de su gabán de falda corta, exhibiendo la camiseta de la selección argentina que tenía puesta debajo. Simpático homenaje del mundo de la música clásica a la tercera estrella lograda por la Argentina en el mundial de fútbol de Qatar, cuyo aniversario se celebraba ese mismo día.