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La Viuda Alegre de Franz Lehár en el Colón

UNA VIUDA QUE NO NOS ALEGRÓ

Teatro Colon

Jueves 28 de septiembre de 2023

 

Escribe: Alejandro A. Domínguez Benavides

Fotografias: Prensa Teatro Colón - M. Parpagnoli, A. Colombaroli

 

La Viuda Alegre”, opereta en tres actos, con texto de Victor Léon y Leo Stein, y música de Franz Lehár. Con Carla Filipcic-Holm, Rafael Fingerlos, Ruth Iniesta, Franz Hawlata, Galeano Salas, Alejandra Malvino, Mariana Rewerski, Cintia Velázquez, Sebastián Angulegui, Carlos Ullán, Cristián Maldonado, Sebastián Sorarrain y Alejo Álvarez Castillo. Iluminación de Alessandro Carletti, coreografía de Chiara Vecchi, escenografía de Pablo Fantin, vestuario de Carla Teti y “régie” de Damiano Michieletto. Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Jan Latham-Koenig).

 

Calificación: Mala



La Viuda Alegre es una opereta y vale la pena recordarlo, ambientada en la Viena de la Belle Epoque, sacarla de ese contexto histórico la transforma en otra cosa, un espectador calificado llegó a escribir en las redes con ingenuidad o ironía: estoy en una comedia musical lindísma…

 

No, insisto La Viuda Alegre es una opereta que como la zarzuela no son géneros musicales menores como algunos creen especialmente en este caso el encargado de la “régie”, Damiano Michieletto que trasladó la puesta a los años cincuenta, y como si en esa época no se hubiesen dado fiestas de etiqueta, decidió hacer una fiesta en un Banco. Una decisión ridícula y arbitraria que despojó a la opereta, desde el comienzo, “de su función de refugio y espacio de ensueño para su público”, como escribió Micaela Baranello en su libro The Operetta Empire (2021).

 

¿Un Banco “espacio de ensueño”? Por favor, un banco es una pesadilla aburrida. La iluminación fluorescente, propia de una pizzería, la escenografía y vestuario kitsh el vértigo de los figurantes, la sobreactuación especialmente en el primer acto de Franz Hawlata -encarnando al Barón Mirko Zeta- Un Barón convertido en presidente de un banco en bancarrota. Sin palabras.

 

Todos estos componentes presagiaron un pésimo comienzo que fue in crescendo hasta llegar a un final despojado de ese encanto que Lehár dotó a si obra, donde los personajes, si bien son atravesados por la comicidad, destilan melancolía y nostalgia por un tiempo perdido.

 

En el segundo acto la acción continuó en una sala de baile, con un grupo de músicos en el escenario interactuando con la orquesta en el foso. Crearon una atmósfera donde se mezclaron las pinturas de Hooper con escenas cinematográficas de algún film de Altman o la recreación de la legendaria Grease. El dinamismo escénico resulto alienante en comparación con la música de Lehár, escuchar valses y verlos transformados por las coreografías de Chiara Vecchi en rock and roll acrobático,

 

La situación no cambió en del tercer acto la oficina donde Danilo se quedó dormido después de la fiesta. Las grisettes de Maxim’s no son más que un sueño: entran en escena a través de una ventana y de un archivador para desaparecer al despertar. Otro componente onírico, con un toque de realismo mágico, la presencia de Njegus, interpretado por Carlos Kaspar que en comparación con las tradicionales Viudas fue reducido a una especie de hada madrina, un deu ex machina, un Cupido que pone en marcha y hace realidad las tramas amorosas de las parejas protagonistas con golpes de un abanico.

 

Convengamos que Michieletto tampoco fue muy original en su puesta. Su compatriota Federico Tiezzi montó en 2009 en Trieste y en Verona una versión de la Viuda donde la acción se desarrolló en el año 1929, el año de la crisis financiera mundial, puso gráficos bursátiles que a lo largo del primer acto dejan patente la tendencia que vive el estado de Pontevedro que con la llegada de Hanna dentro de una caja fuerte hace que los mercados de valores se disparen repentinamente.

 

Tanto Tiezzi como Michieletto buscaron destacar que en La Viuda Alegre, todo es cuestión de plata. Una idea que está en el subtexto de la historia contada por los libretistas León y Stein, y más aún si consideramos que el poder que ejercen el sexo y el dinero sobre el hombre y sobre las cosas del mundo -incluida la política- siempre están al orden del día. Pero como señalo siempre para resaltar estas cuestiones están los noticiarios.

 

Creemos que la producción no cumplió del todo con las expectativas. Sin embargo, en su justificación debemos reconocer que no es fácil producir una opereta. Es un género lindísimo y divertido pero difícil de lograr, porque requiere intérpretes con múltiples talentos que, además de cantar, también deben saber actuar y bailar.

 

La buena actuación de los actores hubiera contribuido al éxito del espectáculo, pero no fue así. Si bien la protagonista Carla Filipcic- Holm fue una Hanna de gran protagonismo, presencia escénica y dueña de un enorme y reconocido caudal de voz -fue una de las pocas intérpretes capaz de modular y hacer oír su voz al cantar por encima de la orquesta que por momentos perdió el equilibrio sonoro- El delicioso canto del Hada Vilja perdió su encanto. Interpretado en el improvisado escenario junto al salón de baile donde solamente faltó a la cita John Travolta. El barítono salzburgués Rafael Fingerlos, en el papel de Danilo, no retrató convincentemente los diversos estados de ánimo de un enamorado, ni la alegría del buscador de placeres de su personaje y su voz por momentos fue inaudible. Ruth Iniesta como Carla Filipcic-Holm, luchó con la implacable orquesta y salió airosa, ofreció a una Vivienne contenida, aunque mostró tímidamente las aristas de mujer coqueta y traviesa. El tenor Galeano Salas interpretó a Camille con convicción y un notable timbre de voz y Franz Hawlata fue un Barón Zeta que no era Barón un tanto sobreactuado y con una voz un tanto débil. Olvidable. El resto del elenco estuvo correcto, hizo lo que pudo o lo que le dejaron hacer. La Orquesta estable del Teatro se sumó a los desaciertos de la puesta.Dirigida por el maestro Jan Lathan Koenig no logró transmitir el ritmo vienes ni el espíritu festivo adecuado y además su sonoridad fue por momentos desmesurada y altisonante.

 

El espectáculo calurosamente aplaudido por el público cada vez menos exigente y conocedor no incidió en nuestra opinión sobre la armonización de esta supuesta Viuda Alegre, donde Michielleto resignó la melancolía o la nostalgia, el penetrante e insatisfactorio sehnsucht que objetivamente está en la música de Lehár y lo transformó en tristeza. Y una Viuda Alegre con tristes implicaciones es una contradicción en los términos: en realidad no funciona, en realidad no funcionó.

Una viuda alegre que no nos alegró, un espectáculo en líneas generales malo.

 

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