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Con Nelson Goerner y Vasily Petrenko, en el marco del Festival Argerich

 

UN CONCIERTO SOBERBIO EN EL COLÓN

 

Teatro Colón

Sábado 29 de julio de 2023

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Rachmaninov: Rapsodia sobre un tema de Paganini, en la menor, opus 43

R.Strauss: Sinfonía Alpina, opus 64.

Nelson Goerner, piano 

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (Vasily Petrenko).



Toscanini  decía que no había malas orquestas y buenas orquestas, sino malos directores y buenos directores. Adagio que quedó perfectamente verificado el sábado en el Colón. Porque en la penúltima estación del Festival Martha Argerich, el desempeño de la Filarmónica, conducida por Vasily Petrenko, alcanzó un nivel decididamente estelar, al cual nuestro público no estaba acostumbrado. Ello, sumado a  la eximia labor concertística desplegada por Nelson Goerner, deparó en definitiva una jornada de admirable calidad musical, que sin duda será recordada.

 

Continuo crecimiento

Nacido en 1969, sigue siendo sorprendente el recorrido del pianista sampedrino.  Porque además de haber desarrollado una carrera internacional de primera magnitud, con el paso del tiempo su arte parece encontrarse siempre en una senda de más acabado perfeccionamiento. Después de haber brindado la semana anterior un inigualable recital a dos pianos con la propia Argerich, en esta ocasión encaró la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninov (en realidad su Quinto Concierto, de 1934) y lo hizo con técnica absolutamente impecable y un concepto tan certero como elegante.

 

Residente desde hace mucho en Ginebra, nuestro visitante, lejos de las viciosas tendencias almibaradas expuestas en algunos ámbitos estadounidenses y más de una película (“Rhapsody”, “Somewhere in time”), desenvolvió su labor con limpia contención, sin perjuicio de un pianismo singularmente efusivo y vigoroso cuando fue necesario. A ello cabe añadir una digitación infalible, acordes de agraciado colorido (no todos los músicos obtienen el mismo sonido del piano), y como ya lo hemos destacado en otra ocasión, cualidades singulares para el apagamiento de las voces. Sus veloces escalas se oyeron cual cascadas de diamantes, sus notas fueron siempre netas, su pulsación estuvo revestida de sutilezas, y bien puede decirse que con plenitud de matices y redondas cadencias supo exhibir nítidamente todas y cada una de las bellezas que contiene la partitura del compositor ruso.

 

En calidad de bis, Goerner abordó  con muy delicados trémolos un Nocturno, de Chopin. Genuino virtuoso, no parece exagerado afirmar que nuestro compatriota se halla ya en el Olimpo de los más de los más encumbrados pianistas del escalafón mundial.     

 

Esplendor sinfónico

Bien puede decirse a esta altura que la trayectoria de Vasily Petrenko ha descripto una parábola brillante. Discípulo de Yuri Temirkanov y Mariss Jansons, y actual titular de Royal Philarmonic Orchestra, el maestro ruso (47), que vive en Londres,   estuvo también en el podio con la Filarmónica de Berlín, la Gewandhaus de Leipzig, la London Symphony, las orquestas Nacional de Francia, de la Accademia Nazionale de Santa Cecilia, las Filarmónicas Checa y de San Petersburgo, las Sinfónicas de Boston y Chicago, es también concertados de óperas (el Met) y actuó además en los Festivales de Edimburgo y de Glyndebourne y en las legendarias Proms de la BBC.

 

 Su primera presentación en Buenos Aires, como bien se lo puede imaginar, estaba rodeada de una gran expectativa.

 

Ya en la obra inicial bien pudieron advertirse la claridad y elocuencia de sus brazos, el dominio total sobre la agrupación a sus órdenes, su notable sentido del equilibrio (no cubrió ni siquiera los pasajes más tenues del solista). Pero fue con la Sinfonía Alpina, de Richard Strauss, donde sus atributos se distinguieron de manera sobresaliente.

 

Último trabajo del ciclo durante el cual el formidable músico bávaro escribía para grandes orquestas, la “Alpensinfonie” (1915), en realidad, un extenso poema sinfónico, está concebida para un enorme orgánico, de cerca de cien instrumentistas, que incluye entre otros cuatro trombones, dos tubas, órgano, celesta, “eoliphone” (máquina de viento), tam-tam, cuatro clarinetes, músicos detrás del escenario, y así.

 

Su ejecución supone en síntesis un esfuerzo francamente titánico, y no todos los conjuntos están en condiciones de encararla. Pero en esta ocasión, los resultados fueron francamente magníficos.

Transformada por una batuta  exigente y enérgica, la versión de la Filarmónica reveló  claridad de texturas y justeza de ataques poco menos que ideales, al tiempo que su conductor manejó con mano maestra las transiciones de intensidades, “fortes” de altísimo volumen e impecable control y desplegó líneas de muy viva comunicatividad. Además de esto, su fraseo pareció de singular transparencia, al igual que la interacción de los diversos planos y “cantábiles”, y el alma colectiva se oyó esbeltamente abigarrada, apoyada en la tersura de la cuerda alta, la depurada densidad de contrabajos y bronces y la brillante emisión de las maderas. La delicada fluidez de las líneas melódicas en el contexto de un discurso tan complejo, la dúctil generación de climas, así como también una paleta cromática de hermosa plasticidad e invariada vibración y expresividad fueron asimismo claves de esta traducción que no decayó ni un instante y adquirió tan alto vuelo.

 

Calificación: excelente   

                                    

Carlos Ernesto Ure