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Ópera en versión semi-escenificada en el Colón

 

DESPUÉS DE MÁS DE MEDIO SIGLO SE REPUSO “ANNA BOLENA”

 

Teatro Colón

Viernes 23 de junio de 2023

 

Escribe: Carlos Enesto Ure

Fotos: Arnaldo Colombaroli, Máximo Parpagnoli

 

 

“Anna Bolena”, tragedia lírica en dos actos, con texto de Felice Romani y música de Gaetano Donizetti.

Con Olga Peretyatko, Alex Espósito, Daniela Barcellona, Xabier Anduaga, Florencia Machado, Cristián De Marco y Santiago Vidal.

Escenografía de Gabriel Caputo

Vestuario de Mercedes Nastri

Iluminación de Rubén Conde

“régie” de Marina Mora

Coro (Miguel Martínez)

Orquesta Estables del Teatro Colón (Iñaki Encina).

 

¿La ópera es en esencia teatro lírico? No hay la más mínima duda. Y es por eso que la idea original del Colón, de presentar “Anna Bolena” en versión de concierto, sin duda para ahorrar costos, parecía desde ya desventurada. Alguien llamó a la reflexión, y así la propuesta primitiva, con el correr de los días, derivó en una acertada edición semi-escenificada de la creación de Donizetti, que el viernes se ofreció en función de gran abono como tercer espectáculo de la temporada oficial.

 

La representación tuvo desde ya sus más y sus menos. Porque sin perjuicio de la labor de un elenco en líneas generales de primer nivel, el trabajo del compositor de Bérgamo, merecedor de variados cortes que lo aligeren y le insuflen mayor tensión (la función duró algo más de tres horas y media con un entreacto) se oyó si se quiere algo marchito en su exposición en el siglo XXI.

 

Tragedia trasnochada

Ello no empaña para nada el exquisito melodismo de Donizetti, su estupendo tratamiento de las voces, su preclaro talento para la escritura de páginas corales, arias, dúos y números de conjunto. “Anna Bolena” es de 1830, esto es anterior a “Lucia di Lammermoor” y “La Favorita”, sus dos grandes óperas dramáticas, y de su audición resulta evidente que al menos para aquella época el músico escribía para un ámbito trágico que no sentía y sólo contorneaba de manera más o menos grandilocuente. Esto reduce la evaluación de la obra de Enrique VIII y sus matrimonios a los momentos de genuina belleza musical formal, sin pasar más allá.

 

En este contexto, cabe poner de relieve entonces que aparte de ser muy larga, “Anna Bolena” está plagada de trozos meramente pasatistas, acordes, piruetas y “pertichini” insustanciales, recitativos y ariosos extensos y prescindibles. Paradigma del belcanto, su reposición, en síntesis, se vislumbra sólo exclusivamente justificada al servicio del lucimiento de grandes voces (María Callas, la “soprano assoluta”, Montserrat Caballé, Joan Sutherland, Anna Netrebko). Recordemos que en nuestro medio se estrenó en 1854 (con Ida Edelvira), y en el Colón (viejo y nuevo) se dio una sola vez, en 1970 (Suliotis, Raimondi, Vinco, Cossotto, De Fabritiis y puesta de Wallmann). Luego de un largo ostracismo, su resurrección, alrededor de los años 1950, tuvo su punto culminante en 1957 en la Scala (Callas, Simionatto, Rossi-Lemeni, Gavazzeni y “mise-en-scéne” de Luchino Visconti).

 

En lo que hace a la mutación de la estática presentación prevista a la que se vio, a cargo de Marina Mora y Gabriel Caputo, cabe apuntar que en el marco acotado en que se desplegó, la puesta en escena estuvo muy bien lograda. Con el coro fijo en la parte trasera del escenario, la orquesta en el foso, grandes cortinas trasparentes de larguísimas sogas, sobre las cuales Rubén Conde, en una de sus mejores faenas hizo jugar sagaces diseños lumínicos, lo cierto es que la “régie” exhibió movimientos teatrales parcos pero eficaces, gestualidad, desplazamientos adecuados, todo en un cuadro de insospechable fluidez. Ello ayudado por un vestuario realizado por Mercedes Nastri, que osciló entre lo híbrido (varones) y lo bonito (mujeres) y una mecánica melodramática plástica, que nunca decayó.

 

Es del caso aclarar, y esto no puede sorprender, que a algunos de los cantantes se les explicó con mínima anticipación que en vez de quedarse de pie y emitir su voz, la pieza iba a incluir acción escénica, lo que los obligó a aprenderse sus partes de memoria, o salir al tinglado, disimuladamente, con la partitura en la mano.

 

Las voces

En el podio estuvo el maestro vasco Iñaki Encina Oyón (44), residente en París, en cuya Ópera trabajó, quien logró de la Orquesta Estable un sonido ajustado y diáfano como hace tiempo no se escuchaba. Es verdad que en algunos momentos el volumen pareció algo elevado en su correlación con el palco escénico; pero también lo es que su entrega, normalmente bien equilibrada, se desplegó con prolijidad y elegante dinámica.

 

Por su lado, el coro de la casa, preparado por Miguel Martínez, se manejó como es habitual con absoluta solvencia, sin perjuicio de algunos fragmentos excesivamente estentóreos.

 

En lo que hace a los solistas vocales, debe decirse que fueron tres los que lucieron elevada categoría. Al tenor también éuskaro Xabier Anduaga (28, Lord Percy) lo encontramos en un camino de muy positiva evolución con respecto a su visita de 2018: su registro muestra mejor corpulencia y color más oscuro, total franqueza de emisión, atrayente fraseo y absoluta facilidad y entereza para el sector alto, lo que le permitió alcanzar un espectacular “re” sobreagudo. La soprano rusa Olga Peretyatko (43, protagonista) cumplió desde su costado un cometido que fue de mayor a menor: impresionó en el comienzo por su destreza para la realización de toda clase de arabescos y fiorituras en “Come, inocente giovane”, con trinos, mordentes, escalas ascendentes y descendentes al igual que una notable limpieza vocal y un metal de notable homogeneidad; pero aparte de cierta falta de comunicatividad algo más intensa en algunos trozos, su centro pareció debilitarse progresivamente hasta llegar a la escena de la locura y las invectivas de la cabaletta “Coppia iniqua, l’estrema vendetta”, que sorteó de todos modos con clase. Lo de la reconocida mezzo triestina Daniela Barcellona (54, Jane Seymour) en cambio fue al revés. De un inicio débil, en el que exteriorizó irregularidades desde un semitono anterior al pasaje alto y aún en notas graves, su tarea se desenvolvió luego en franco ascenso, hasta adquirir encumbrado rango por su notable fuerza expresiva, su canto pasional y el despliegue de arabescos y ornamentaciones y series de coloratura sólidas y claras, netas, penetrantes.

 

El bajo-barítono bergamasco Alex Esposito (Enrico VIII), necesitado de una línea donizettiana de mayor nobleza, acreditó a su vez voz mate, pareja y bien cubierta, desleída sin embargo tímbricamente, y nuestro compatriota Cristián De Marco (Lord Rochefort) cumplió con corrección y algún “vibrato” ocasional. Afectada por un estado gripal, Florencia Machado (Smeton) no estuvo en su mejor noche.

 

 

Calificación: muy bueno

Carlos Ernesto Ure

 

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