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Orquesta Filarmónica de Buenos Aires 


Tres momentos de la música rusa interpretados y dirigidos con emotividad y energía

 

 

Teatro Colón

Viernes 16 de junio de 2023

 

Escribe: Alejandro A. Domínguez Benavides


 


Orquesta Filarmónica de Buenos Aires


Programa:

- Rêverie de Aleksandr Scriabin


Concierto para violín Nº 1 en La menor, Op, 77 de Dmitri Shostakovich

I. Nocturne: Moderato

II. Scherzo: Allegro

III. Passacaglia: Andante-Cadenza

IV. Burlesque: Allegro con brio-Presto


Sinfonía Nº 4 de Giya Kancheli (en memoria de Michelangelo)


Dirección: Zoe Zeniodi

Solista: Vadim Gluzman

Calificación: Excelente


 

La directora griega Zoe Zeniodi estudió dirección de orquesta con Thomas Sleeper y tomó clases magistrales con Daniel Harding, Helmuth Rilling y Bruno Aprea. Es además concertista de piano y tuvo como maestros a Ida Rozenkranz-Margaritis, Hartmut Höll, Roger Vignoles, Dalton Baldwin y sir Thomas Allen, entre muchos otros. Es Actualmente directora de la orquesta Juvenil Greco-Turca, Directora Artística y Musical de la Sinfónica de Broward y la Orquesta Alhambra.

 

Esta experiencia se puso de manifiesto en la sexta presentación de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires donde su rol fue fundamental para dirigir un programa, aparentemente lineal de tres autores ruso, disimiles, pero a la vez coincidentes a la hora de pensar con amplia libertad la composición de sus obras. Una tarea compleja para Shostakovich y Kancheli que debieron crear en el clima asfixiante del totalitarismo comunista.

 

Si bien Aleksandr Scriabin (1872-1915) no padeció esta presión política, no estuvo exento de otras dificultades como la de una adecuación estilística. Ubicado por los historiadores junto a Mahler, Rachmaninov y Sibelius entre la agonía del último romanticismo y el nacimiento de la estética musical del siglo XX.

 

Moderno sin ser vanguardista un compositor inclasificable. Fue el paradigma de la música rusa en el cambio de siglo.

 

Rêverie, una pieza breve y romántica, fue interpretada por la Orquesta Filarmónica con verdadero vigor y sentimiento, con un uso delicioso del portamento en las cuerdas. Fue un verdadero logro crear una interpretación tan sensible y conmovedora en una pieza tan corta y podría haber sido un buen aperitivo para el Concierto para violín Nº 1 de Shostakovich. Sin embargo, sorpresivamente la directora lo ubicó para finalizar la velada.

 

Antes de continuar, tomó el micrófono y pidió a la concurrencia que aplauda al final de cada obra. Con mucho tino Zeniodi se adelantó a frenar las efusividades de los aplaudidores compulsivos, los tosedores y ejecutantes de ruidos molestos que pueblan el nuevo público del Teatro Colón y pudimos disfrutar de una noche placida y sin tensiones donde el necesario silencio entre movimiento y movimiento provocó un mayor disfrute del concierto.

 

Giya Kancheli (1935-2019) considerado “un asceta con el temperamento de un maximalista” por uno de sus colegas, fue el autor de la Sinfonía Nº 4. Gran parte de su música combina la quietud y la belleza con una violencia latente que ocasionalmente estalla con un devastador efecto expresivo. Por eso no advertimos un salto vertiginoso entre la obra de Scriabin y la suya, diseñada, también, en un solo movimiento donde contrasta marcadamente las yuxtaposiciones dinámicas y los cambios estilísticos extremos.

 

Pocas partituras de Kancheli carecen de piano, el instrumento generalmente se emplea para sonoridades de campana. En esta Sinfonía reemplaza el piano con campanas reales, las de una ciudad renacentista imaginada con muchas iglesias. A su vez la simple melodía tonal que se escucha en el arpa y la celesta después de la sección inicial suena como un fragmento de una de las partituras cinematográficas del compositor. El genio de Kancheli fue más allá de un período histórico, buscó adentrarse en las turbulencias de la creatividad del genio y traducirlas en momentos de alteración y placidez. Una bellísima y expresiva obra reveladora de exquisita musicalidad que la directora, se nota, siente una especial predilección y la Orquesta logró en gran medida entusiasmar al auditorio.

 

Para el final: el Concierto para violín de Shostakovich mostró un tipo muy diferente de música rusa. El solista Vadimin Gluzman brindó una actuación sobresaliente, pese a que no lo ejecutó de memoria, técnicamente hizo un uso del vibrato muy equilibrado. El vigor que aportó a la pieza fue ejemplar. Puso carácter y energía a cada nota y vitalidad rítmica, particularmente, en el segundo movimiento, donde la escritura de Shostakovich, necesita mantener la unidad en el ritmo para lograr una tonalidad inusual. Nos impresionó especialmente la intensidad de su ataque, que ayudó a sacar a relucir armonías tumultuosas, especialmente en los double stop. En su larga cadencia produjo una increíble variedad de tonos, por momento sentimos una suerte de ilusión auditiva que nos hizo escuchar a varios instrumentos interactuando entre sí. Gluzman fue capaz de transformar una frase melódica inicialmente tranquila, infundiéndole una fuerte y equilibrada emoción. Capaz de exhibir sus dotes de eximio ejecutante interpretando una obra de enorme complejidad, en el último movimiento su rol de solista se agigantó en varios minutos, interpretando la partitura, literalmente, solo, sin la participación de ninguna de las secciones de la orquesta.

 

Una velada memorable tanto de Gluzman como de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y por supuesto, sin caer en exageraciones, estuvimos en presencia de una de las mejores batutas de lo que va de la Temporada. Zoe Zenoidi logró contagiar la atención y la concentración e hizo degustar al público de un repertorio no tan habitual, sin lugar a dudas, un verdadero milagro.

 

 

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