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Con extravagancias escénicas

 

“FAUSTO” EN LA APERTURA DEL COLÓN

 

Teatro Colón.

Martes 14 de Mayo de 2023

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

“Fausto”, ópera en cinco actos, con texto de Jules Barbier y Michel Carré, y música de Charles Gounod.

Con Liparit Avetisyan, Alexei Tikhomirov, Anita Hartig, Vinicius Atique, Juan Font, Florencia Machado y Adriana Mastrangelo.

Coreografía, iluminación, vestuario, escenografía y “régie” de Stefano Poda.

Coro (Miguel Fabián Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Jan Latham-Koenig).

 

 

La sala de la calle Libertad inauguró el martes su temporada, denominada “Divina Italia”, con una función dedicada a la ópera francesa. Pero al margen de esta contradicción, lo sobresaliente de la nueva producción de “Fausto”, obra trascendente en la reafirmación de un estilo musical acuñado a través de los siglos, fue por cierto su cuadro visual, encargado de manera integral a Stefano Poda (iluminación, vestuario, escenografía, “régie” e incluso pasos coreográficos).

 

Ideas extrañas

Conocido ya en el Colón por el “Tríptico” y “Nabucco”, esta vez el artista trentino, a favor de una imaginación desatada, pretendió “resignificar” (es la palabra de moda) la creación original de Goethe y el melodrama romántico de Gounod, desplegando en su trabajo permanentes alegorías y signos de difícil comprensión.

 

Este afán de preminencia (propio del cuestionado “Regietheater”) generó por supuesto una distorsión interior de la pieza, afectada además en su marco escénico por diseños que se tornaron tediosos por lo repetidos, y no se caracterizaron precisamente por su belleza estética.

 

Al costado de su neta voluntad de prevalencia, y de su carencia de homogeneidad conceptual, el error primordial de nuestro visitante consistió en convertir en una construcción abstracta un espacio lírico que desde luego no lo es. Así, con un omnipresente y gigantesco aro central, impuesto hasta el hartazgo, desfilaron entre otros el diablo asimilado a un gangster de película barata, la reina de las amazonas, un Fausto no-viejo, criaturas en el trasfondo que parecían surgidas de la guerra de las galaxias, cortesanas-enfermeras-monjas, figuras escénicas (todos diablos rojos) de muy mal gusto, que destruyeron jugando al trencito la secuencia de la taberna de Auerbach, en la que por primera vez el encantador y frenético vals no se bailó y fue reemplazado por una secuela de ritos espasmódicos, todo esto entre otros dislates (las permanentes vueltas alrededor de la rueda, que pudieron haber terminado con algún personaje mareado). La interpretación quedó sujeta a la fantasía de cada espectador.

 

La parte musical

Al frente de la Orquesta Estable, de desempeño aplicado sin perjuicio de algunas desprolijidades, estuvo Jan Latham-Koenig. El maestro británico cumplió una labor despareja: prolijo en algunos momentos, falto de tensión en otros (tercer y cuarto actos), y en general con una sobrecarga energética (los ejecutantes de platillos y bombo trabajaron a destajo), su discurso, contrastante, careció en líneas generales de las inflexiones propias de la tradición gala.

 

En el elenco vocal se destacó desde lejos la soprano rumana Anita Hartig (Margarita), debido a la categoría y belleza de su registro (de menos entereza en los giros descendentes), la natural flexibilidad del manejo y una sensible comunicatividad en el fraseo.

 

Es verdad que la escenografía si se quiere despojada (traída de afuera estaba concebida para un tinglado más reducido y tuvo que ser extendida hasta cubrir el palco escénico del Colón), a lo que se sumó una tela-tul en el proscenio, contribuyó a que el canto se perdiera un tanto o se oyera apagado (Poda, en su mundo, ubicó reiteradamente a los artistas demasiado atrás). Pero dejando todo esto de lado, el tenor armenio Liparit Avetisyan (Fausto) mostró facilidad de agudos, pero también proyección de a ratos despareja, caudal acotado y lenguaje superficial en razón de la limitación de sus medios. Por su lado, el bajo ruso Alexei Tikhomirov (Mefistófeles) destiñó su faena en razón de su casi continua “voix chevrotante” (extraño en un cantante joven, de corta carrera), carencia de pasaje alto y agudos y metal neutro, al tiempo que el barítono brasilero Vinicius Atique (Valentin), de graves débiles, pareció decididamente insuficiente (estropeó su aria “Avant de quitter ces lieux”, una de las páginas más hermosas de la partitura).

 

Preparado por su titular, Miguel Martínez, el coro de la casa, cumplió en cambio una relevante actuación. Soberbio debido a la nítida y elocuente amalgama de sus cuerdas, su vigor y convicción, obligado a seguir todos los caprichos del “metteur en scène”, fue sin duda una de las variables positivas de esta polémica y deslucida representación.

 

 

Calificación: inclasificable 

 

Carlos Ernesto Ure