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NABUCCO en el Colón

 

Teatro Colón

Jueves 2 de junio de 2022

 

Escribe: Alejandro A. Domínguez Benavídes

Fotos: Teatro Colón - Máximo Parpagnoli

 

 

“Nabucco”, drama lírico en cuatro partes, con texto de Temistocle Solera, y música de Giuseppe Verdi.

 

Reparto:

Nabucco - Sebastián Catana

Abigaille - Rebeka Lokar

Fenena - Guadalupe Barrientos

Ismael - Dario Schmunk

Zaccaria - Rafat Siwek

Anna - Mariana Carnovali

Sumo Sacerdote - Mario De Salvo

Abdallo - Gabriel Renaud

 

Iluminación, escenografía, vestuario y “régie” de Stefano Poda.

Coro Estable del Tearo Colón - Miguel Martínez

Orquesta Estable del Teatro Colón  - Carlos Vieu

 


CALIFICACIÓN: Regular

 

 

“La paradoja del momento actual -escribió Marc Augé en el prefacio de Hacia una antropología de los mundos contemporáneos- quiere que toda ausencia de sentido pida sentido, así como la uniformización llama a la diferencia”. Las palabras escritas en 1994 por el antropólogo francés resonaron en mi memoria durante la función de Nabucco del 2 de junio mientras me distraía la puesta errante de Stefano Poda, donde todo fue una enorme confusión, supongo que deliberada.


Poda, parece no encontrar su Nabucco, en la puesta ofrecida en el Teatro Verdi de Padua en el año 2012 eligió la sórdida oscuridad, el año pasado en The National Theater of Korea comenzó a aclararla hasta convertir el escenario del Teatro Colón en una caja de una blancura refulgente, monótona y fatigante. Las luces, los trajes, pegados al cuerpo, sobre los torsos desnudos de los hombres, todo estaba teñido con el primero de los colores.
La escenografía, mínima, utilizó unos pocos y extraños símbolos, que resaltaban aún más por la multitud de figurantes y de coreutas que corrían, o realizaban movimientos espasmódicos sin parar durante toda la función. Se sumo a ello el uso exagerado y abusivo del escenario giratorio que como una calesita a la deriva donde Nabucco sin historia ubicado en el no-lugar, vagó entre laberintos que no condujeron a nada.


Demás está decir que las expresiones literarias del libreto dotadas de una religiosidad y patriotismo no se vieron reflejadas en el escenario carente de historia, de patria y de Dios. No hay judíos, ni asirios, ni espacios geográficos determinados. ¿Todos eran uno? - ¿la humanidad?- Trasladar a Nabucco a la posmodernidad o sobremodernidad solo generó confusión.


A veces pienso que los réggiseur preparan estas puestas para que hablemos de ellos o peor aún para que no hablemos del pobre desempeño de los cantantes. En este caso solamente rescato a Guadalupe Barrientos que estuvo muy bien, como siempre, sacando lo mejor de su bella y caudalosa voz a la que es capaz de darle un sinfín de colores y de matices y una genuina impronta verdiana. Se movió con solvencia en el escenario, más allá de los fantasmas blanquísimos que la rodeaban y asediaban permanentemente.


Ni Sebastián Catana -Nabucco- ni Rebeka Lokar -Abigaille –alcanzaron un nivel esperado en estas circunstancias, sus voces quedaron perdidas en el no lugar, no tiempo, no historia, inventados por Poda en su puesta sobremoderna, el resto del elenco tampoco se lució. Voces opacas, en algunos casos inaudibles ni siquiera nos ayudaron a seguir el consejo de un colega: “lo esencial es la música, el resto se soluciona cerrando los ojos”.


Nabucco es la revelación de Verdi: aquí por primera vez se afirmó la esencialidad de un estilo teatral único, mantenido completamente dentro de los límites de la forma tradicional (coros, arias, cabalettas) pero capaz de llegar, al menos para dos personajes, (Nabucco y Abigaille) a una caracterización fuerte que determina el drama y constituye su elemento estructural que ni Catana, ni Lokar, lograron construir.


Nabucco es conocido por el gran público por el coro Va, Pensiero , ni esta esperada escena se salvó de las garras de Poda que la malogró haciendo cantar al Coro Estable acostado en el escenario. Así y todo, tanto el Coro como la Orquesta fueron lo elementos más rescatables de esta puesta. La batuta del maestro Carlos Viau voló alto y logro momentos musicales sublimes. Rescato especialmente la interpretación de obertura a la que imprimió un inolvidable lirismo. Viau como siempre en el podio sobrio, serio y respetuoso de la partitura verdiana supo darle su identidad, sin estridencias ni falsos protagonismos, con entrega y dedicación.


Una pena que después de treinta y un años Nabucco haya vuelto al escenario del Teatro Colón despojado de esplendor, en una puesta que no pudimos disfrutar en su plenitud.

 

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