Concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional con Lucía Zicos y Daniela Tabernig
Sala Auditorio Nacional, CCK
Viernes 27 de mayo de 2022
Escribe: Eduado Balestena
Orquesta Sinfónica Nacional
      Directora: Lucía Zicos
      Solista: Daniela Tabernig,  soprano
La  maestra Lucía Zicos, de amplia y reconocida trayectoria, abordó un exigente  programa con la Orquesta Sinfónica Nacional, en la primera oportunidad en que  dirige ese organismo.
      
    El Poema de los mares del sud, de Alberto Williams (1862-1952) abrió el  programa. Se trata de un poema sinfónico  desarrollado en cuatro partes, que demanda un nutrido orgánico orquestal.  Comienza con un acorde en los fagotes y luego un extenso pedal en los  contrabajos ofrece la base para un amplio desarrollo de las cuerdas, que casi  siempre –en su representación sonora del mar- se dividen en secciones (violines  primeros y segundos abordan un elemento diferente al de violas y cellos, por  ejemplo), en lo que constituye una textura –en estas intervenciones muchas  veces cruzadas- nutrida y demandante. Son reconocibles aquellos pasajes suaves  de la cuerda en motivos diatónicos lentos (que dan la impresión de estar  escritos en una escala diferente) muchas veces presentes en la música  argentina. 
    Sin  ser de una factura impresionista la obra –más cercana a los poemas sinfónicos  de César Franck que al impresionismo- presenta una imagen siempre cambiante y  enigmática del mar.
    En  suma, se trata de una obra con elementos distintos en su seno, en una textura  muy elaborada, que requieren una marcación precisa.
      Afortunadamente  fue posible acceder a uno de los trabajos del amplio catálogo del maestro  Williams, lo cual nos permite redescubrirlo en un opus para nada frecuentado.
      
    Los Cuatro últimos lieder(Vier  Letze Lieder, 1948), de Richard  Strauss (1864-1949) tienen un lugar especial y acaso único en la música:  para entrar al mundo que contienen debemos pensar en un Richard Strauss varado  en Suiza, con escasos recursos, sin poder actuar, ignorado por el público que  lo aclamó, destruido el mundo en que había vivido, y cuya única posibilidad de creación  era el escribir canciones. ¿Qué nos dicen esas canciones?: nos ofrecen, con un  sentido confesional, una sensación de tristeza, melancolía y al mismo tiempo de  enorme paz, la de alguien que al final de su vida encuentra un sentido capaz de  sobrellevar la adversidad.
    ¿Cómo lo  transmite?: por medio de poemas (los que corresponden a los tres primeros  lieder son de Hermann Hesse), el último de ellos, el de Joseph von Eichendorff  es absolutamente desgarrador (“Con penas y alegrías/ hemos caminado juntos/  descansemos ahora de nuestros viajes/ en el tranquilo valle”) abordados por una  voz capaz de transmitir  vehemencia, paz  y un interrogante; todo casi al mismo tiempo, y una orquesta que no sólo se  imbrica en el discurso lírico –el solo de violín por ejemplo en “Adormeciéndose”,  el segundo de los lied o el de corno en “Septiembre”, el segundo-,  sino que marca un fluir y al mismo tiempo  colores y amalgamas de sonidos que representan el estado subjetivo que el autor  logra plasmar por medio de estos recursos. Uno de ellos es el mismo que utiliza  en “Muerte y transfiguración” (la modulación ascendente luego de la presencia  –en el poema- o la mención -en el lied-, de la muerte ¿Será ésta quizás la  muerte? Última frase de la cantante, sucedida por un motivo abierto y una  sucesión de acordes en la orquesta que –sin resolverse en un elemento  definitivo- discurren hacia un final en el que la música simplemente se  extingue.
    Va de suyo que  la demanda interpretativa es central: no es con una actitud exterior ni con  simple técnica como se pueden transmitir estas profundas sensaciones. En este  orden, adquiere centralidad la articulación –el sentido de continuidad- la  dinámica en la voz, con sus permanentes cambios de intensidades, y el tempo que  permita esa continuidad del discurso musical.
    En el canto se  traduce en permanentes cambios de potencia y de alturas en el registro, que  requiere descender de pronto a la zona de los graves –lentos y profundos- con  un espesor distinto al sintagma anterior, en un registro medio o agudo, pero  que requiere una cerrada continuidad con él.
    De este modo,  parece un discurso en el cual el intérprete es quien decide intensidades y articulaciones  que demandan ser abordadas a partir de lo motívico ya que no parece posible  enunciar tantos matices en la partitura.
      La diferencia  de entre la versión de Daniela Tabernig (que sólo 72 horas antes había abordado  el papel de Tosca) con otras es precisamente ésta: canta los cuatro lieder  partir de una disposición interior respecto a las obras, disposición a la cual  su enorme técnica sirve acabadamente. Su caudal, potente, sutil y de grandes  matices y posibilidades se expresa desde una actitud interior respecto a la  obra, dueña como es, de un gran dominio de la escena que testimonia su  sobriedad además de la pureza y potencia de su canto.
Konzertmusik, (opus 50) de Paul Hindemith (1895-1963) Pola Suárez Urtubey señalaba (Historia de la música, Cap. 67 “Hindemith, el artesano por antonomasia”, Edit. Claridad., pág. 329, 2004) el doble carácter de música iconoclasta, de rechazo y reacción a lo subjetivo y al mismo tiempo nutrida de la herencia musical alemana, particularmente de Bach. Se produce así, en este cruce, una torsión entre las estructuras del barroco tardío y la disonancia y renuncia a la melodía propia de una vanguardia.
    De este modo, bronces y  cuerdas coexisten como si fueran dos ensambles paralelos que se cruza en un  espacio: todo es exactitud, intervención puntual y no hay una melodía que sirva  de orientación en una obra de rigor matemático.
      Es  así, un opus virtuoso: la fuga final, por ejemplo, que parece ser a cuatro  voces ya que al hacerse extensiva desde la cuerda a los bronces estos  incorporan un elemento diferente en un extenso desarrollo es uno de los elementos  que testimonian ese virtuosismo.  
      
    Lucía Zicos,  doctorada en música por la Universidad Católica Argentina; realizó estudios en  los conservatorios de Lucerna, Suiza; Academia Musical de Praga; Alemania y  Francia; fue seleccionada por Benjamin Zander para participar en sus  masterclases de la Royal Academy of Music y lleva a cabo una amplia actividad  musical. En la oportunidad abordó obras ausentes del repertorio habitual, de  gran requerimiento técnico y valor musical. Un doble mérito: rescatarlas y poder  interpretarlas como lo hizo ante uno de los organismos más importantes del  país.
    En medio de  tiempos inciertos y difíciles la música siempre está allí, dándonos su mensaje  y para que eso suceda es necesario que quienes se consagraron a ella puedan traducir  ese mensaje y ofrecérnoslo.  
      Una  mención aparte merece la actitud de las personas de la Dirección Nacional de  Organismos Estables y de la sección de prensa del CCK: su amabilidad,  permanente predisposición, cortesía y entrega a su quehacer.
Eduardo Balestena

