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MOZART.  LA FINTA GIARDINIERA

 


Teatro Colon

Miércoles 15 de diciembre de 2021

 

Escribe: Roberto Falcone

Fotografías: Teatro Colón

 


“La Finta Giardiniera” es una opera bufa en tres actos y ocho cuadros compuesta por Mozart, con libreto de Ranieri di Calzabagi, estrenada en 1775. En Buenos Aires se difundió en 1949 en audición radiofónica, el primer acto en versión italiana con recitativos revisados por Erich Kleiber, con la dirección musical de Roberto Kinsky y la participación de los cantantes Nilda Hofmann, Olga Chelavine, Amanda Cetera, Ruzena Horakova, Humberto di Toto, Eugenio Valori y Carlos Feller.


La versión completa de la obra se estrenó, en esta capital,  en el Teatro Municipal General San Martín el 17 de febrero de 1968 como parte de la temporada de verano del Teatro Colon por el elenco de “La Opera de Cámara del Teatro Colon”. Fueron sus intérpretes Nino Falzetti, Myrtha Garbarini, Renato Sassola, Susana Rouco, Carmen Burello, Silvia Baleani y Ricardo Catena, dirigidos por Juan Emilio Martini, con regie de Martin Eisler y escenografía y vestuario de Roberto Oswald. Con el mismo elenco se presentó luego en la sala principal del T. Colon y fue llevada al exterior, representándose en el Municipal de Rio de Janeiro, en el Sodre de Montevideo, en Washington y en Viena. También fue llevada al disco cuya edición local fue presentada en 1972.


En las tres versiones realizadas por Mozart de “La Finta Giardiniera”, original italiano y dos revisiones en alemán, ya se anticipan las características y situaciones de algunos personajes que más tarde aparecerán en las tres operas que escribió en colaboración con Lorenzo Da Ponte. El personaje de Armida, muy cercano a Donna Anna del Don Giovanni. El de Serpetta, una antecesora de Despina y Susanna. Los septetos con que concluyen los dos primeros actos de “La Finta Giardiniera”, se adelantan a las escenas de los finales de acto de “Las Bodas de Figaro y “Don Giovanni”.


La trama de la obra es por momentos confusa y complicada, con situaciones de amores cruzados, confusiones y cambios de estados de ánimo de los personajes, típicos de la opera bufa de la época a la que el joven Mozart, de 18 años al momento de estrenarla, se adaptó con toda la maestría de los famosos compositores italianos del género en ese entonces.


La versión que acabamos de escuchar en el Teatro Colon fue de un buen nivel.


Cuatro cantantes argentinos de trayectoria internacional encabezaron el elenco donde mostraron su jerarquía y profesionalismo.


Verónica Cangemi (Sandrina), con excelente estilo aunque su voz ya perdió la lozanía de otrora.


Dario Schmunk (Podesta), como siempre mostrando su jerarquía vocal y un histrionismo que pocos le conocían.
Fabián Veloz (Nardo / Roberto), en un personaje que muestra una faceta diferente a la que estamos acostumbrados a escucharlo y que demuestra una ductilidad digna de los grandes intérpretes de su cuerda.


Santiago Ballerini ( Conde Belfiore), tuvo momentos destacados, sobre todo en el aria “Care pupille” que cantó exquisitamente.


Muy buen trabajo de Maria Virginia Sebastano, interpretando una deliciosa Serpetta tanto en lo vocal como en su desenvoltura escénica. Correctas Mariana Silva (Armida) y Florencia Machado (Ramiro).


La orquesta Estable del Teatro Colon con la dirección de Macelo Ayub sonó ajustada y en perfecto estilo, resultando una pieza fundamental para el equilibrio de la obra.


La dirección escénica, escenografía, vestuario, iluminación y video, estuvo a cargo de Hugo de Ana. Sin dudas el Maestro De Ana tiene un oficio adquirido a través de muchos años de trabajo en los grandes teatros del mundo, y lo que nos presenta, puede gustar más, o puede gustar menos, pero siempre hay un nivel de jerarquía notable, que no nos puede dejar indiferentes a su labor.


A veces exagerado, a veces provocador, a veces “picante”, a veces brillante va contando la trama confusa de esta Finta giardiniera, en una única escenografía que por momentos es jardín, en otro salón, en otro una gruta, en otro un despacho, en otro una fuente abandonada, matizando con bailes, figuras, y elementos que no hacen al argumento (ni al estilo). Pero como de todo esto ya estamos curtidos de espanto, debemos rescatar al menos su imaginación creativa y su empeñoso trabajo de marcación escénica.


Conclusión del espectáculo: Bueno.


Roberto Falcone

 

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