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Estupendo recital de Antonio Formaro en el Centro Cultural Kirchner

CON LA MAESTRÍA Y ELEGANCIA HABITUALES

 

Sala Sinfónica

2020/12/06


Escribe: Martha Cora Eliseht

 

Continuando con el Ciclo de Cámara “Beethoven 250° Aniversario”, el pasado 6 del corriente se ofreció un recital a cargo del pianista Antonio Formaro en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner (CCK) compuesto por las siguientes obras:

- Ludwig van Beethoven (1770-1827): Sonata n° 3 en Do mayor, Op.2

- Frederik Chopin (1810-1849): Scherzo n° 1 en Si menor, Op.20

- Julián Aguirre (1868-1924): Tres piezas para piano

- Robert Schumann (1810-1856): Carnaval, Op.9

 

Debido a la ausencia de programas de mano, el intérprete anunció cada una de las obras munido de un micrófono, tras brindar una breve reseña de las mismas. La mencionada Sonata de Beethoven representa una bisagra entre el estilo clásico –representado por su maestro Joseph Haydn, a quien dedicó la obra en 1796- y el revolucionario. Hay que recordar que Beethoven ha sido el máximo exponente del movimiento alemán Sturm und Drag (Tormenta de Impulso), que rompe con los cánones impuestos hasta esa época y da origen al romanticismo. Consta de 4 movimientos (Allegro con brio/ Adagio/ Scherzo- allegro/ Allegro assai) que se ejecutaron prácticamente sin interrupción, de manera exquisita y sumamente precisa, logrando un sonido envolvente. Si bien es una Sonata, posee numerosos ribetes orquestales –efecto muy bien logrado mediante puentes y acordes sobre la mano izquierda-. Lo mismo sucedió con el Scherzo de Chopin, una pieza oscura, dramática y vital donde Formaro hizo gala de su elegancia y maestría habituales en su interpretación del vigoroso Presto con fuoco que el poeta del piano compuso antes de su exilio, entre 1831 y 1832.

 

La segunda parte del recital se abrió con Tres piezas de Julián Aguirre, considerado “el padre del nacionalismo musical argentino”: Triste n° 1, Barcarola y Huella. Si bien la Barcarola es una composición de origen italiano que recuerda los paseos en góndola, Aguirre imprime a su obra un tinte nacionalista, al igual que Triste n° 1 y la Huella -pertenecientes a la segunda etapa del compositor, tras su formación en el Conservatorio Real de Madrid y su perfeccionamiento en París-. Mientras que el Triste es una pieza nostálgica, la Huella marca el ritmo típico de la región pampeana. Y además de haberlas ejecutado a la perfección, les brindó una cuota de sentimiento patriótico. Antonio Formaro es un profundo conocedor de la música argentina e integra el Trío Alberto Williams junto a Nicolás Favero y Siro Bellisomi, donde uno de los objetivos de dicha agrupación es la difusión de la música clásica nacional.

 

El presente recital se cerró con Carnaval, Op. 9 de Robert Schumann. Compuesta entre 1834 y 1835, lleva por subtítulo Pequeñas escenas sobre cuatro notas. En efecto, Schumann ensambla 22 piezas con el acróstico A-S-C-H (La- Mi bemol- Do- Si), que no sólo integra su apellido, sino que significa también “ceniza” en alemán y hace alusión al Miércoles de Ceniza, ya que los personajes enmascarados disfrutan del Carnaval antes de prepararse para la Cuaresma. Alterna momentos de euforia con melancolía (Pierrot, cuya combinación de notas Mi bemol- Do- Si será tomada como signo de incertidumbre por Carl Nielsen en el 3° movimiento de su Sinfonía n° 4, “La Inextinguible”) y culmina con la Marcha de los Guerreros de David contra los Filisteos, que posee reminiscencias del Concierto para piano n° 5 “El Emperador” de Beethoven. El final es mediante un prestissimo que sonó de manera brillante. Ha sido una de las mejores versiones de este clásico que esta cronista ha podido apreciar en vivo.

 

Ante los calurosos aplausos y vítores por parte del público, Antonio Formaro decidió realizar tres bises, comenzando por En la sierra chica, de Carlos Guastavino. Supo brindar una genial interpretación de la música de este gran compositor santafesino y –al igual que en sus intervenciones previas- lo hizo merced a su prodigiosa memoria. Posteriormente, ingresó munido de una partitura y se permitió brindar el estreno de Elegía de Thomas Parente, obra compuesta durante la pandemia de COVID 19 y dedicada a las víctimas de la misma. Una pieza muy bella, agradable al oído y ejecutada con gran solemnidad. Cuando todos pensaban que el recital había finalizado, Antonio Formaro decidió ofrecer un último bis: una pieza –no anunciada- de Alberto Williams. El Auditorio Nacional estalló en aplausos tras haber finalizado la misma.

 

Fueron prácticamente dos horas de excelente música con una interpretación brillante, con la maestría y la elegancia a las que este gran pianista argentino tiene acostumbrado a su público. Pese a que ya se está en las postrimerías de un 2020 caracterizado por una etapa de aislamiento preventivo muy prolongada que obligó a suspender todo tipo de manifestaciones artísticas, se puede recuperar el tiempo perdido apelando a los mejores valores nacionales. Si hay algo que sobra en la Argentina es talento y figuras de alta jerarquía artística.