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Con Kent Nagano, Simona Lamsma y la Orquesta de Montreal

 

UN CONCIERTO DE ALTA JERARQUÍA

 

Teatro Colón

Lunes 7 de octubre de 2019


Escribe: Carlos Ernesto Ure

 


Brahms: Concierto para violín y orquesta, en re menor, opus 77;

Bartók: Concierto para orquesta.

Simone Lamsma, violín

Orquesta Sinfónica de Montreal (Kent Nagano),

 

Mencionar a Kent Nagano es hablar de palabras mayores en el campo de la dirección orquestal. El célebre maestro californiano (67), con familia de origen japonés, se presentó nuevamente en nuestro medio el lunes, en el Colón, al frente de la Sinfónica de Montreal, de la que es titular, y con el concurso de Simone Lamsma protagonizaron, se lo debe decir, una velada de magnífico nivel (un punto inicial a favor: no programar una sinfonía de Beethoven o de Tchaicovsky, ni las de Brahms).

 

Violinista prodigiosa

Con acompañamiento orquestal preciso y seguro, de depurado estilo, la función, octava de la temporada del Mozarteum se inició con el único Concierto para violín que escribió Johannes Brahms, en cuya ejecución resultó francamente sorprendente la labor de la solista holandesa (34).

 

Vinculada con su instrumento desde que contaba cinco años, formada luego en la Royal Academy of Music de Londres, Simone Lamsma, de relevante trayectoria (Concertgebouw, Radio France, New York, Boston, San Francisco, Cleveland, Chicago), exhibió en su debut en Buenos Aires no solo virtuosismo espléndido sino también brillante musicalidad.

 

Trémolos esbeltos, dobles y triples cuerdas, franco manejo de las gradaciones, infinita seguridad en el deslizamiento de un arco de notable tersura se inscribieron entre los aspectos destacados de su labor; pero por encima de ello, lo más remarcable fueron la exquisitez del “legato” y la sobresaliente homogeneidad del sonido, absolutamente lleno y parejo a lo largo y a lo ancho de toda la tesitura (cuando ya se sabe que no sucede lo mismo aún con más de uno de los violinistas mejor encumbrados).

 

En esta dirección, podemos señalar asimismo que la extensa cadencia libre del primer movimiento lució reverberaciones singulares, los pianíssimos se oyeron siempre de manera diáfana, y en el “adagio” el lenguaje del arco se reveló verdaderamente como un canto elegíaco. El final de esta pieza extenuante para el solista (“allegro giocoso ma non troppo vivace–poco più presto”) mostró a nuestra visitante enérgica, impetuosa, con ataques fulminantes, centro sedoso y graves de tocante cuerpo.

 

Bartók y la orquesta

Aparte de “La Valse”, de Ravel, ofrecida como bis y vertida con distinción, la segunda parte de la noche permitió el lucimiento de la agrupación a través de la traducción del Concierto para orquesta, que Bela Bartók escribió en Estados Unidos, partitura consonante compuesta para resultar agradable en ese país por variadas razones que este espacio no nos permite pormenorizar.

 

Fue aquí donde el rango del conductor quedó expuesto con toda la luz. Porque a partir de una gestualidad dominante, clara y expresiva hasta en el último detalle, Nagano pareció modelar decididamente a la orquesta, utilizada en síntesis como un solo y gran instrumento al servicio de un mensaje estético.

 

Deben destacarse en este sentido el equilibrio impecable de los planos sonoros, la nitidez e interrelaciones tímbricas de las diferentes familias así como también la flexible articulación de las intensidades y la sabia elaboración de matices y claroscuros. El “andante” fue elocuente, el “intermezzo” tuvo giros chispeantes y las turbulencias del “finale-presto” resultaron milimétricamente controladas con sonido global tan diáfano como ceñidamente plástico.

 

Creada en 1934, pero moldeada y puesta en primer plano internacional por Charles Dutoit durante su larga gestión (1977/2002), la agrupación franco-canadiense (que no tiene ni la oscuridad de color de los conjuntos centroeuropeos ni el tono brillante de las entidades norteamericanas) lució secciones todas de óptimo nivel. Corriendo el riesgo de ser injustos, podríamos subrayar de todos modos el ajuste de los bronces, la limpia resonancia de los timbales, los densos armónicos de los contrabajos.

 

Calificación: excelente

 

Carlos Ernesto Ure