Ariadna en Naxos en el Teatro Colón
Teatro Colón 
    Domingo 4 de agosto de 2019 
    Escribe: Eduardo Balestena
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Ariadna  en Naxos, ópera en un acto y un prólogo -1916-
      Música:  Richard Strauss
      Libreto:  Hugo von Hofmannsthal
      Dirección  musical: Alejo Pérez
      Elenco:  Ariadna, Carla Filipcic Holm (soprano); Tenor – Baco, Gustavo López Manzitti;  Compositor, Jennifer Holloway (soprano); Zerbinetta, Ekaterina Lekhina; Maestro  de Música, Hernán Iturralde (bajo barítono); Maestro de Danza, Pablo Urban  (tenor); Arlequín, Luciano Garay (barítono); Brighella, Santiago Martínez  (tenor); Truffaldino, Iván García (bajo); Náyade, Laura Pisani (soprano);  Driade, Florencia Machado (mezzosoprano); Victoria Gaeta (soprano);  Scaramuccio, Pablo Urban (tenor)  
      Orquesta  Estable del Teatro Colón.
      Dirección  de escena: Marcelo Lombardero
      Diseño  de iluminación: José Luís Fioruccio
      Diseño  de video: Matías Otalora
      Teatro  Colón de Buenos Aires, 4 de agosto, función de abono vespertino.
Ópera dentro de la ópera, ficción dentro de la ficción, Ariadna en Naxos, que subió a escena en el Teatro Colón, haciendo honor a ese juego de espejos que es su propio postulado, es una obra mucho más profunda de lo que las imágenes reflejadas unas en otras en un primer acercamiento podrían permitirnos suponer.
      Ya la frase inicial, un simple  motivo que discurre sin principio ni final, sin un anclaje profundo, como flotando  en el aire y que parece el consecuente de otro motivo anterior no enunciado y  que funciona como leimotiv asociado al personaje del compositor, instala la  duda permanente acerca de la realidad: nada, salvo la creación del compositor,  parece lo que es. Todo flota en una especie de equivoco permanente y en ese  marco sólo la música, los sentimientos y las humillaciones son reales.
      La  música
   Claramente  dividida por la función narrativa, guarda los ecos Mozart (en lo que a  equívocos se refiere, a lo cual responde el hecho de que, igual que Cherubino en las Bodas de Fígaro, el personaje de un joven puro es encarnado por una  voz femenina) y de Wagner, con una interesante torsión del dueto de Tristán e  Isolda: aquí, con iguales alusiones a un filtro de amor,  es sin embargo la amada la que espera al  amado y no mueren para celebrar la noche sino que se unen.
    A diferencia de Mozart, timbres  netos, rápidos, con células despojadas de melodía en las situaciones de los personajes  inspirados en la Commedia dell arte y el lenguaje propio de Strauss: violín  solista, amalgama de maderas y metales, con esas inconfundibles entradas de las  trompas que cumplen las funciones de subrayar un clima y brindar un suporte  armónico, es el lenguaje asociado a Ariadna: líneas hondas y elaboradas, fusión  de timbres y belleza del sonido.
    La marcación del maestro Alejo Pérez  –de gestos puntuales, precisos y muy claros- se focalizó en los cantantes, las  voces que llevan la melodía, el tempo y las dinámicas en los instrumentos que  enriquecían armónicamente la línea melódica. Indicaba a los cantantes sus  intervenciones marcando el inicio de sus frases y en el resto de la marcación  señalaba eventos: un pasaje que concluye, un cambio de métrica y las  modulaciones a otras tonalidades: de este modo, instrumentos –oboe, clarinete,  trompas- y secciones –la percusión- entraban en determinados momentos de las  indicaciones de tempo y no por un gesto puntual: con la batuta en alto o al  bajar. Ello es indicativo de las capacidades de los distintos instrumentistas  para encontrar –ya sea en la batuta, los otros instrumentos o los cantantes- la  referencia a seguir.
    Si bien el orgánico requerido  corresponde a una orquesta de cámara, demanda una amplia variedad instrumental  con funciones muy diversas y una exigencia muy precisa en el armado, ya sea de  los timbres netos que acompañan a los personajes bufos –harmonio, piano,  celesta- como a los de la ópera seria –fusión de timbres, modulaciones a  tonalidades lejanas, permanentes cambios dinámicos, las articulaciones no  siempre perceptibles claramente de la melodía infinita, que si bien discurre  sin secciones morfológicas claras, siempre va cambiando muy leve y  paulatinamente. 
    Hubo un sonido muy armado de estos  elementos diversos en una marcación muy clara.    
      Las voces
    Carla  Filipic Holm evidenció que el papel de Ariadna parece hecho a su medida: con  absoluta seguridad, una voz tan dulce e intensa como potente, capaz de  prevalecer sobre las limitaciones que le impuso la puesta en escena, abordó a  un personaje capaz –por la convicción y fuerza de su canto- de prevalecer sobre  el resto de la acción que, progresiva e indeclinablemente, gira hacia ella y su  significado: es el amor y la profundidad –del canto y de los sentimientos que  éste expresa- lo que finalmente prevalece por sobre todo lo demás y ello se  expresa en la elegante y lenta que exhibe hacia el final del acto y en el dueto  con Baco.
    Jennifer Halloway brindó su  solvencia en la actuación y un registro bello, pleno y potente, de matices  capaces de plasmar las humillaciones y la lucha del personaje del  compositor,  puesto a aceptar, por  imperio de las circunstancias, aquello en sí inaceptable.
    Ekaterina Lekhina enfrentó con  naturalidad las grandes exigencias de un papel de coloratura con extensas  intervenciones, particularmente en el acto. Lo hizo con una eficaz técnica que  le permitió llevar a cabo su cometido sin un aparente esfuerzo, con un volumen  y potencia de emisión no tan amplios pero si en sintonía con tan exigente  papel.
    Gustavo López Manzitti mostró su  timbre expresivo y potente al componer el personaje de Baco, cuya línea de  canto, siempre fuerte e intensa, requiere un buen caudal de voz.      Hernán Iturralde exhibió el gran  caudal de una voz refinada, potente y de matices.      Fue en todo correcto el desempeño de  las otras voces, como la de Luciano Garay como Arlequín: una voz trabajada y  potente.
      La  puesta 
    En  el juego de perspectiva planteado por Hoffmansthal los actores de la obra bufa  toman como real el sufrimiento de Ariadna, ella cree que Baco es Hermes y Baco  cree estar ante otra maga como Circe, mientras que toda su realidad depende de  los designios de un burgués rico.      Ante todo ello prevalece el amor,  que no sabe de personajes ni condiciones y que termina por imponerse por su  propia fuerza. 
    Con un prólogo en sintonía con este  postulado, el acto posterior hizo demasiado explícitos –a veces de manera  procaz- sentidos que ya estaban en el propio texto y que de este modo se  convierten en supernumerarios e implican una acumulación de elementos que no se  condicen con una acción que tiende a la pureza del mensaje final de que es el  amor, expresado por la fuerza del canto, lo que prevalece.
      De este modo, en el dueto final, en  lugar de rendirse a la fuerza y convicción que surgen de ese canto los  intérpretes iban siendo desvestidos a la vez que debían afrontar una serie de  interferencias que desviaban del clima de la obra para subrayar lo que el texto  de Hoffmannsthal ya había expresado claramente.
      Una obra tiene sentidos evidentes y  otros más sutiles y no revelados: Ariadna en Naxos se propone no una comedia  sino un juego de perspectivas donde cada personaje expone –como claramente lo  hace Zerbinetta- algo que parece y otro algo que desea ser.
    “La música es el arte sagrado de  unir todas las cosas de valor” dice el personaje del compositor. Ella une tanto  las peripecias de Zerbinetta como las de Ariadna, la realidad de los personajes  bufos y la de Baco.
      Es el poder de la música y del texto  aquello capaz de plasmar este mensaje de una obra que, del mismo modo que ella  se postura a sí misma, parece ser una cosa y resulta otra: parece un huego de  equívocos y termina siendo un mensaje de que el amor y el arte a la larga  prevalecen. 
      
      
      Eduardo  Balestena  
               

