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Elina Garanča en el Colón

 

UN RECITAL DE ALTA CATEGORÍA

 

Teatro Colón

Miércoles 19 de junio de 2019

 

Escribe: Carlos Enesto Ure

 

 

Oberturas, danzas y arias de Offenbach, Mascagni, Cilea, Saint-Saëns, Falla, Asenjo Barbieri, Luna y Bizet. Elina Garança, mediosoprano y Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (Enrique Arturo Diemecke).

 

Partamos de una base: se trató de una velada de magnífica categoría. Pero ello no implica que todo haya sido perfecto. Personalidad carismática, Elina Garanča (42) se presentó el miércoles por primera vez en nuestro medio en un Colón en el que no cabía un alfiler, y ofreció un recital de alta calidad pero desde ya heterogéneo en cuanto al repertorio y el rango de las interpretaciones.

 

Nacida en Riga, nuestra visitante, hija de una cantante y un director de coro se perfeccionó en Viena, y en la Universidad de Indiana Bloomington, con Virginia Zeani. Luego de su debut en su ciudad natal con “Anna Bolena” (1998), ganó en 2002 el importante concurso de Cardiff, organizado por la BBC, lo que significó el inicio de su gran carrera internacional. A partir de allí, Salzburgo (donde la oímos en “Così fan tutte” en 2004), París (Octavian), la Ópera de Viena (Sesto, Orlovsky), la de Munich (Adalgisa), las de Berlín y Ginebra, el Met y el Covent Garden (Carmen), el Festival de Aix-en-Provence marcaron entre otros los hitos de una trayectoria en continuo crecimiento, desplegada de manera estelar.

 

La Habanera

Residente en España y casada con el maestro gibraltareño Karel Mark Chichon, digamos desde ya que la mezzo letona lució en medio de un clima enfervorizado un registro particularmente lozano y potente. De color parejo, la emisión se destacó por su tersura y natural pureza. Colocación impecable, técnica superior, así como también notas radiantes y limpia maleabilidad fueron por cierto rasgos sobresalientes de su actuación.

 

Cabe apuntar sin embargo que tal como si tratara en rigor de una soprano corta, en el sector grave Elina Garanča exhibió llamativa blandura tímbrica y se vio afectada por un incómodo vibrato. Pletórica en la cuarta pasaje-agudo (mi-fa-sol-la), con “mezzo forte” y “forte” excelentemente cubiertos, su desempeño brilló por ello inmaculado en la traducción de aquellas partituras mejor acomodadas a dichas condiciones.

 

En esta dirección, “Voi lo sapete”, de “Cavalleria Rusticana”, de Mascagni, careció de mayor fuego comunicativo, “Acerba voluttà”, de “Adriana Lecouvreur”, de Cilea, se oyó un tanto inestable, y “Mon coeur s’ouvre à ta voix”, de “Sansón y Dalila”, de Saint-Saëns, sin perjuicio de algunos giros envolventes, se vio privada de la sedosa calidez propia de una página tan distinguida, ello debido a los problemas señalados, presentes también en “Les tringles des sistres tintaient”, de “Carmen”, de Bizet.

 

En contraste con esto, en “Io son l’umile ancella”, también de “Adriana”, la cantante del Báltico desplegó líneas, “legato” y "filati" de notable refinamiento, a lo que cabe añadir trazos esbeltos en las piezas españolas: las seguidillas “Como nací en la calle de la Paloma”, de “El Barberillo de Lavapiés”, de Asenjo Barbieri, y “De España vengo”, de “El niño judío”, de Luna. Lo mejor de la noche fue de todos modos la Habanera, de Bizet. Vertida con exquisito estilo y dinámica, culto manejo de inflexiones e intensidades, al igual que “crescendi” diáfanos, de muy elevada jerarquía, su traducción reveló porqué Elina Garanča se hizo mundialmente famosa en el papel de la cigarrera de Ronda.

 

Cuatro más

Conducida por Arturo Diemecke, la Filarmónica ejecutó con profesionalidad y como meras lecturas de relleno la Obertura de “Orfeo en los Infiernos”, de Offenbach, la Bacanal de “Sansón y Dalila”, de Saint-Saëns, la Danza Española Nº 1 de “La Vida Breve”, de Falla, y el Preludio de “Carmen”.

 

En calidad de bises, la mediosoprano del Báltico abordó un espectro igualmente diverso. En las primorosas carceleras de “Las Hijas del Zebedeo”, de Ruperto Chapí (una pieza tan difícil por la velocidad y tensiones de un fraseo que debe ser siempre inteligible), su metal se escuchó airoso, al igual que en la doliente “No puede ser, esa mujer es buena”, de “La Tabernera del Puerto”, de Pablo Sorozábal.

 

Sorprendentemente, encaró luego nada menos que “El día que me quieras”, de Carlos Gardel, concebida con gran clase como canción romántica llena de matices (se dice que su madre era gran admiradora del “morocho”). En el final, “Granada”, de Agustín Lara, exhibió adecuado vigor y registro diamantino, de impactante belleza.

 

Calificación: excelente


Carlos Ernesto Ure

 

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