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EMOCIONANTE SINFONIA DE MAHLER PARA ABRIR LA TEMPORADA

 

Teatro Provincial de Salta

Viernes 1º de marzo de 2019

 

Escribe: José Mario Carrer

 


Sinfonía nº 6 en la menor “Trágica” de Gustav Mahler (1860-1911).

Director Titular Maestro Noam Zur.

Aforo 95%.


Un jurado sabio eligió a Noam Zur para ejercer la titularidad del podio en la Orquesta Sinfónica de Salta. De los anotados en el concurso de fines del 2017 quedaron dos y el no elegido no era inmerecedor del cargo sino que el finalmente optado era el que debía ser para felicidad del destinatario final de este esfuerzo cultural del Estado, el maestro judío Noam Zur. Tiene un gran repertorio sinfónico y operístico pero el tamaño de ambos se torna irrelevante cuando uno comprende que lo que hace lo hace brillantemente. Sin duda hay directores que por ahí poseen un bagaje más amplio pero el modo cómo estudia, ensaya, prepara la partitura y transmite a los músicos es sencillamente de primer nivel. Gesto claro, mirada incisiva, es consciente de que la masa orquestal debe respirar, debe tener esos instantes de silencios de duración imperceptibles pero necesarios para acometer con arte musical el momento de cada intervención. Es el dictador de la orquesta que tuvo solistas de alto rango y una docena de músicos invitados. Debe serlo porque es el responsable del resultado final que espera con ansias el oyente. Por suerte lo conseguimos y me hago cargo de lo que digo sobre todo cuando recuerdo otros lapsos en los que el podio estaba ocupado por conductores que no superaron la inicial labor del primer conductor, allá por principios de siglo, cuando llegó el venezolano Felipe Izcaray. Tiene particularidades como por ejemplo su predilección por algunos compositores, Mahler entre ellos. Inauguró la temporada pasada con él y su Sinfonía nº 5 y su segundo año al frente de la orquesta, repitió el compositor inaugurando la temporada 2019 con la Sinfonía nº 6.


Mahler fue un compositor que, luego de su muerte en 1911, casi fue olvidado hasta que el notable maestro Bruno Walter y luego el inolvidable Leonard Bernstein rescataron la maravilla de su producción sinfónica. La Sexta es una partitura compleja, difícil, tierna, exultante. No es programática y sin embargo cuando uno lee la historia del músico y se entera de los ánimos que entre 1904 y 1906 éste vivía, se da cuenta de los diferentes momentos de la obra. O sea, su expresión sonora refleja, tal vez sin hacerlo deliberadamente pero si influido por sus vivencias, su devenir sicológico. Mientras escribía la obra, Mahler atravesaba un período de tranquilidad personal y profesional además de sentirse muy bien con su mujer Alma Schindler al que muchos encuentran su presencia en el denominado “Tema de Alma” del primer movimiento que el compositor usa casi obsesivamente a lo largo de la sinfonía. Y sin embargo, el conjunto general, habida cuenta de lo que vino luego en su vida, se diría es premonitorio. Le sigue un “andante” dulce, de belleza casi inesperada aunque se deja ver un atmosfera preocupante en él escondida. Luego, en el tercer movimiento un “scherzo” juguetón, de visos infantiles que recuerda los antiguos “ländler” de los Alpes austriacos hasta llegar al extenso, significativo y poderoso “allegro moderato” y finalmente un imperioso “allegro enérgico”. De pronto un colosal golpe de martillo, seguido de un segundo golpe, compases mas tarde, dan comienzo a una sensación de fatalismo que finalmente deviene en su nombre, la Trágica, la sinfonía que anticipa por momentos la novena con la cual el compositor se despide de todo. Volviendo a la sexta, es una página oscura, desesperanzada, como si Mahler estuviera previendo el futuro, la muerte de su hija, su dolencia cardíaca, el desamor de su mujer, su ruptura con la Ópera de Viena, todo esto en los cuatro años finales de su vida. Nunca sabremos porqué en su tiempo feliz, el corazón del compositor mostraba signos de tristeza en su música. De todos modos el edificio sonoro que Mahler construye y finalmente desmorona, es un desafío para cualquier orquesta pero lo que es más expresivo, es echar por tierra lo que tanto trabajo costó en levantar. A pesar de lo dicho antes, en el sótano de ese edificio que contiene una intensidad poco común, se advierte una tensión que aplasta al oyente. El deseo de liberación llega sobre el final, luego de sus momentos de apoteosis, de grandiosidad y estremecimiento, llega un instante, un lapso de tal abandono espiritual hasta que llega la extinción del sonido cubriendo con él la tremenda sensación de la cercana tragedia. Un acorde orquestal y finalmente un pianísimo de contrabajos. Final.

 

Los brazos del maestro, quedaron en suspenso, los oyentes también, abatidos por los significados de la sinfonía hasta que Noam Zur bajó sus manos y la ovación fue no solo desbordante sino también desacostumbradamente extensa. Premio al arte.