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En el Colón, en el ciclo del Mozarteum

 

YUJA WANG Y UN CHOPIN FASCINANTE

 

Lunes 8 de Octubre de 2018

Teatro Colón

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Rachmaninov:

- Preludio en sol menor, opus 23 N° 5

- "Vocalise", opus 34 N° 14

- “Étude-Tableaux”, en mi bemol menor, opus 39 N° 5;

Chopin:

-Sonata N° 3, en si menor, opus 58,

Prokofiev:

- Sonata N° 6, en la mayor, opus 82.

 

Yuja Wang, piano.

 

 

Precedida por una aureola artística en la que se entremezclaban facciones agraciadas, vestidos relucientes y muy ajustados, minifaldas, temperamento fuerte, Yuja Wang llegó a Buenos Aires, y la pregunta era ¿qué había realmente detrás de todo eso? La incógnita quedó despejada el lunes, en el recital que la pianista china ofreció en el Colón en octava función de abono del Mozarteum Argentino, ocasión en la que se mostró siempre seria, austera (hasta en el saludo), y además de ello, con un nivel técnico-interpretativo decididamente superior.

 

Prokofiev, abstruso

La velada se inició con tres piezas de Rachmaninov, vertidas casi por mero compromiso con una superficialidad verdaderamente llamativa, impropia del gran compositor ruso. Sin embargo, todo cambió a partir de ahí.

 

En efecto; la Sonata N° 6 (1939), obra muy enjundiosa pero abstracta por donde se la mire, es en realidad resultado del retorno de Prokofiev a la Unión Soviética (1933), tiempo de amargos desencantos, reflejo de su estado de ánimo en el marco del régimen stalinista. Debe ser enfocada por ello bajo este prisma, y no como una de las “sonatas de guerra”, denominación habitual y simplista, porque es anterior incluso al inicio de la conflagración. Nuestra visitante tradujo esta creación bien compleja con gran concentración y trazo enérgico y comunicativo; giros endiablados pero sin desbordes violentos caracterizaron el “allegro moderato”, movimiento de incertidumbres tonales, mientras que luces y sombras a través de un esmaltado arco expresivo distinguieron al “allegretto”, diáfano y rítmicamente suave.

 

En el lentísimo “tempo di valzer” predominó el componente poético. El “vivace” conclusivo, velocísimo, si se quiere descarnado, ambivalente en su amargo lirismo, lució a su vez aparte de digitación infalible, un “martellato” conjugado con esbeltas escalas, fornido, arduo en el entramado sucesivo de sus espinosas mutaciones de compás.

 

Chopin, un modelo

El momento culminante de la noche fue sin embargo la Tercera Sonata, de Chopin. Ya desde las primeras notas, nobles, profundas se pudo advertir que la tecladista de Beijing (31), residente en Canadá, manejaba los énfasis con especial cuidado y sensibilidad y un lenguaje de excelente trabazón.

 

Además de delicados pianíssimos, el “allegro maestoso” inicial lució agilidad e impecable articulación. Siempre de memoria, el breve “allegretto” (“scherzo”) fue jugado luego con un fraseo alado y grácil, hermosos períodos en legato y notables gradaciones dentro de un arco de fina dinámica.

 

El “largo”, escrito por el músico polaco en homenaje a su padre, muerto poco antes, alcanzó luego poco menos que las máximas fronteras de la belleza. Sutiles matices colorísticos, introspección, “rallentandi” y “a tempo” engarzados con exquisita plasticidad, se entrelazaron con cascadas de perlas, giros en los que una depurada cantilena de inspiración belliniana se conjugó con admirables contracantos, casi propios del estado de gracia.

 

El “vivace” de cierre, precedido de una adecuada respiración transicional por parte de la pianista, si bien acreditó turbulencia, pareció siempre bien controlado. Pujante o dulce cuando hizo falta, claro en texturas y encadenamientos, su exposición mostró también progresiones ascendentes y descendentes que sustentaron el discurso con inusual transparencia.

 

Calificación: excelente

 

Carlos Ernesto Ure