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Brillante puesta de Zeffirelli en el Met

 

“Turandot” 

 

New York Met

Sábado 28 de octubre de 2017

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Nueva York (especial)- Sabido es el enfoque tradicionalista que orienta en general las producciones de la Metropolitan Opera House, criterio absolutamente compartido por su público. En esta dirección, la temporada prosiguió con dos espectáculos puccinianos diseñados por Franco Zeffirelli, suntuosos, de exquisita belleza plástica, que motivaron incluso espontáneas ovaciones de la concurrencia apenas se descorrió el telón (el cuadro del barrio latino y la escena de los enigmas).

 

 

La princesa de hielo

Hubo algún sobresalto en “Turandot”, porque el tenor letón Alexandrs Antonenko (Calaf), recio, vibrante, desertó después del segundo acto. Fue sustituido con gallardía por  Francesco Meli, junto a quien la soprano ucraniana Oksana Dyka (protagonista; Aída en el Colón con la Scala), con registro de emisión estrecha y tintes un tanto acerados, superó con aplomo y solvencia las enormes dificultades de su parte. La italiana Maria Agresta (Liù) acreditó por su lado voz envolvente, cálida, comunicativa (“Signore escolta”), a la que debe dotar de mayor flexibilidad, y el veterano James Morris (Timur; Wotan en Bayreuth y Buenos Aires) cumplió con lo que le queda (en la misma línea de reaparición de viejas figuras, en su momento tan significativas, Paul Plishska había sido Benoit y Alcindoro).

 

Debe decirse sin rodeos que el coro de la casa, siempre preparado por Donald Palumbo, desplegó una faena decididamente magistral en punto a aplicación técnica, belleza canora, imponente sonoridad de conjunto. En el podio del “capolavoro” pucciniano, incuestionablemente una de las grandes obras maestras de la música del Siglo XX, el milanés Carlo Rizzi se manejó con atildado estilo y seguro dominio de la compleja partitura.

 

Cuidada minuciosamente hasta en sus más pequeños detalles teatrales e impactante debido a su bellísimo montaje, la “régie” de Zeffirelli, quizás un poquito recargada, pletórica de originales máscaras y con un vestuario de enorme creatividad, resultó de un esplendor y un refinamiento dignos del gran artista peninsular.

 

 

Carlos Ernesto Ure