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El 50º aniversario del Lincoln Center

 

Lincoln Centre

Nueva York

 

Domingo 7 de Mayo de 2017

Escribe: Josè Maria Cantilo

 

 

Estuve en Nueva York para la formidable celebración del medio siglo del Lincoln Center y, desde luego aproveché para disfrutar los principales eventos de la lírica y la música orquestal en el Metropolitan Opera House y en el Carnegie Hall.


Prácticamente al día siguiente de mi arribo a la “Manzana” tuve la suerte, no buscada, de asistir en el Carnegie Hall al concierto de los vencedores de la competición vocal internacional organizada anualmente por la Fundación Gerda Lissner para jóvenes cantantes procedentes de todo el mundo. El evento estuvo dedicado a honrar a la mezzo-soprano Susan Graham, quien tuvo palabras de aliento para los artistas premiados. Desde luego que, entre ellos, hubo –como es lógico en estas competencias- figuras mas destacadas que otras. Por lo pronto fue una grata sorpresa que el primer lugar fuera compartida por el bajo-barítono norteamericano André Courville y la agraciada soprano colombiana Vanessa Vasquez. A ellos se reservaron los números finales de la velada que fueron el aria del tambor mayor de “Le Caid”, de Thomas muy bien interpretada por Courville y un impactante “Un bel dí vedremo” a cargo de Vasquez.


Otra cantante sudamericana muy aplaudida fue la soprano venezolana María Brea, que se lució en otra aria pucciniana: “Che il bel sogno di Doretta”, de La Rondine.  De los numerosos artistas jóvenes que participaron del concierto debo subrayar los nombres de Alasdair Kent, un tenor australiano que brilló en “Je crois entendre encore” y la mezzo ítalo-norteamericana Emily D´Angelo quien abordó con gran soltura y eficacia la rossiniana “Contro un cor que accende amore”. En resumen, un agradabilísimo concierto con figuras muy promisorias.


No fue mi única noche en el Carnegie Hall. Un día antes de regresar a la Argentina fui seducido por la magia de Yannick Nézet-Seguin, actual titular de la orquesta de Filadelfia que, a partir del 2020 reemplazará a Levine como director musical del Met. Ante un público enfervorizado dirigió la sinfonía “Jerusalem”, de Bernstein, el concierto nº 24 para piano y orquesta de Mozart , donde se lució el pianista rumano Radu Lupu, y la muy romántica segunda sinfonía de Schumann.   

 
En el Met asistí a cuatro óperas y a la gala celebratoria del medio siglo del Lincoln Center. La primera fue “El caballero de la rosa”. Un reparto de ensueño con Renée Fleming como Mariscala y Elina Garanca como Octavian. Pasará mucho tiempo para poder aunar en ambos roles a dos artistas de la talla de Fleming y Garanca quienes, por otra parte, anunciaron que con estas funciones abandonarían esos personajes. Las dos se apoderaron, con su arte supremo, del escenario y oscurecieron al resto del reparto. La producción de Robert Carsen enfatizó el contraste entre el rico fondo de oro y damasco rojo en una lujosa puesta cuya ación se situó a finales de la monarquía de los Habsburgo. El director Sebastian Weigle supo imprimir al conjunto orquestal los matices requeridos por la rica partitura straussiana. Correcto, aunque por momentos un tanto sobreactuado, el barón Ochs del bajo austríaco Günther Groisböck. A mí me tocó como Sofía una encantadora soprano coreana –¡qué cantidad de cantantes asiáticos en el Met !- llamada Kathleen Kim, que esa noche reemplazó a Erin Morley.  El acertado cantante italiano fue Matthew Polenzani y no desentonó el Faninal de Marcus Brück.


La segunda ópera fue “Don Giovanni”. Un reparto muy equilibrado se vio opacado por la dirección orquestal de Plácido Domingo, lejos de las exigencias de la partitura mozartiana, sobre todo por la desacertada elección de los “tempi” y por la desconexión con el grupo de cantantes, especialmente al final del primer acto. Y eso que esos cantantes eran Marius Kwiecien como protagonista, nuestro conocido Erwin Schrott, esta vez como Leporello, una por momentos estridente Angela Meade como Doña Ana, la inteligente soprano letona Marina Rebeka como Doña Elvira, el muy musical Don Octavio de Polenzani, lúcido en sus dos arias,y la sutil y sensual Zerlina de Isabel Leonard, quien se ganó la mayor ovación con su “Batti, batti, o bel Masetto”, personaje este último bien interpretado por otro coreano, Jeongcheol Cha. Bueno asimismo el Comendador de Stefan Kocán e imaginativa, aunque por momentos demasiado oscura la puesta de Michael Grandage.


Un rol que, en su momento, fue admirablemente interpretado por Domingo en el Met, es el de “Cyrano de Bergerac”, una ópera de Franco Alfano inspirada en el célebre texto de Rostand. Esta vez la reposición sirvió para demostrar que Roberto Alagna sirvió con maestría al personaje, tanto vocal como escénicamente. Claro que, pese a ello, no pudo ocultar las carencias de la partitura, acentuadas por una orquesta rutinariamente dirigida por Marco Armiliato. La Roxana debía ser Patricia Racette pero abandonó el papel en marzo y en las funciones de abril y mayo fue sustituída por la joven norteamericana Jennifer Rowley, quien fue de menor a mayor y se lució en el acto final de la obra, cuando Roxana descubre que el moribundo Cyrano era el verdadero autor de las cartas de amor. Allí el canto de la Rowley alcanzó altos niveles de expresividad y emoción. El difícil rol de Christian, el cadete de los gascones de quien se enamora Roxana, fue interpretado por el tenor brasileño Atalla Ayan, poseedor de un timbre oscuro y atrayente. La regie de Francesca Zambello, una directora de teatro y cine que actuó como asistente de Jean-Pierre Ponnelle y Nathaniel Merrill, cuyo debut en el Met fue una desafortunada “Lucia di Lamermoor”, repitió su trabajo del 2005 junto a Domingo, sobresaliendo en la escena de la batalla.  


La última de las cuatro óperas fue “El holandés errante”. Ya conocía la célebre escenografía de August Everding, dominada por la silueta gigantesca del fantasmal buque. Magistral la condución orquestal Nézet-Seguin, incuestionablemente una de las primeras batutas de la actualidad. Todos los ricos matices de la partitura wagneriana se reflejaron en su interpretación. Excelente Michael Volle, un protagonista hecho a la medida para dicha interpretación. Con toda razón es habitué de Bayreuth y la Scala. Ben Bliss y la veterana Dolora Zajick lucieron como el timonel y Mary, respectivamente. Pero la muy grata sorpresa fue la de otra joven, la soprano californiana Amber Wagner –un apellido muy adecuado para el rol- quien cantó estupendamente la balada de Senta.
Ahora sí voy a mi última función en el gran teatro neoyorquino: la gala de los cincuenta años del Lincoln Center. Fue un espectáculo inolvidable. Cuarenta artistas desfilaron por el escenario a lo largo de mas de cuatro horas. Sólo Juan Diego Flórez, enfermo a último momento, faltó a la cita. Los momentos mas impactantes fueron, sin duda, la sorpresiva –no estaba anunciada en el programa de mano- aparición de Dmitri Hvorostovsky y el homenaje a James Levine. El gran barítono ruso, quien se está recuperando lentamente de un problema cerebral,  fue recibido por un público que se puso unánimemente de pie para ovacionarlo. Nadie, ni el mismo Hvorostovsky pudo disimular la emoción, sobre todo cuando se animó a cantar el “Cortigiani, vil razza dannata”, de “Rigoletto”. Algo similar pasó con Levine, quien llegó al podio en una silla de ruedas, y fue objeto de otra larguísima ovación en la que se mezclaron la emoción y el cariño de su público. Levine fue, junto a Nézet-Seguin y Armiliato, uno de los tres directores que animaron la velada.


Imposible enumerar todos los números del programa. Vale la pena señalar que las escenas de cada ópera se realizaban con montaje y vestimenta apropiada. Así, por ejemplo, la clásica buhardilla de “La bohême” fue aprovechada para que Joseph Calleja cantara “Che gelida manina”, Sonya Yoncheva “Mi chiamano Mimí” y ambos “O soave fanciulla”, todo a gran nivel.


Elina Garanca se apropió del rol de Dalila para interpretar estupendamente “Mon coeur s´ouvre à ta voix”. Plácido Domingo, decidido a continuar su carrera como barítono, no lució en “Nemico della patria” y acompañó a Renée Fleming en el dúo “Baigne d´eau tes mains e tes lèvres”. Muy aplaudido fue el terceto “Qual voluttà trascorrere”, de “I Lombardi”, precedido por el solo de violín a cargo del concertino David Chan y cantado por Angela Meade, un notable Michael Fabiano y el bajo Groisböck. Este último fue acompañado, mas tarde, por el eterno James Morris en otra gran pieza verdiana, el dúo de Felipe II y el Gran Inquisidor, de “Don Carlo”. Joyce Di Donato tuvo dispar fortuna en sus dos apariciones. Vertió cuestionablemente el “Va, laisse couler mes larmes” de “Werther”, una obra que quizás no se adapte a su estilo de canto, pero rayó a gran altura en “Bel raggio lusinghier”, de “Semiramide”, ópera que interpretará en la próxima temporada del Met. Diana Damrau, a quien habíamos admirado en el Colón antes de viajar, abordó el difícil personaje de Violetta en “La Traviata” y no fue su elección mas feliz; incluso el agudo final de “Sempre libera” tuvo en ascuas a la sala. Zeljko Lucic mostró su potencia vocal y su habilidad interpretativa en el “Credo” del “Otello” verdiano, mientras Vittorio Grigolo, un favorito del público del Met, levantó ovaciones con “Ah, lève toi, soleil”, de Romeo y Julieta y con “E lucevan le stelle”, de Tosca, una ópera en cuyo fragmento más célebre, el “Vissi d´arte”, pasó desapercibida la frágil interpretación de Kristine Opolais. Imponente la escena de la locura de “Boris Godunov”, de Moussorgsky”, con un René Pape a niveles de expresividad insuperables. Y, a mi juicio, la gran artista de la velada fue Anna Netrebko, quien cerró la primera parte con una grandiosa interpretación de “Vieni, t´affretta” y  “Or tutti sorgete” del “Macbeth” verdiano. Y en el penúltimo número de la noche abordó ejemplarmente “Un bel dì vedremo…”, de “Madame Butterfly”.


El cierre del fantástico espectáculo fue el final del segundo acto de “Aída”, donde pude ver, por primera vez, a Yusif Eyvazov, el publicitado marido de la Netrebko. Allí el director, como no podía ser de otra forma, fue James Levine.