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“Romeo y Julieta” con la Nacional, en La Ballena Azul


PULIDA VERSIÓN DE UNA OBRA DE BERLIOZ

Centro Cultural ex Palacio de Correos, Sarmiento 151

Miércoles 27 de Jlio de 2016

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 


“Roméo et Juliette”

Sinfonía dramática en tres partes, opus 17, con textos de Èmile Deschamps, y música de Héctor Berlioz.

Con Alejandra Malvino, mezzo, Ricardo González Dorrego, tenor y Hernán Iturralde, barítono. Coro Polifónico Nacional (Darío Marchese)

Orquesta Sinfónica Nacional (Facundo Agudín).


Pareció sumamente positivo que la Orquesta Sinfónica Nacional haya abordado el miércoles este trabajo, que sólo se había tocado en nuestro medio en tiempos muy lejanos (1972, Jorge Fon-tenla, y 1973, Serge Baudo). Basada en la tragedia de Shakespeare, programática pero privada de coherencia discursiva, Berlioz estrenó él mismo la que ha sido llamada su Tercera Sinfonía en el Conservatorio de París en Noviembre de 1839 (las dos primeras son la maravillosa “Fantástica” y “Haroldo en Italia”). Pero el caso es que “Roméo et Juliette”, sin perjuicio de sus innovadoras for-mas libres (dividida en tres partes, incluye coros y solistas vocales), y su rico orgánico (cuatro fa-gotes, dos cornetas, oficleide), es sin duda una composición despareja, de ejecución poco usual en todas las latitudes.


Impulso desparejo
Ello obedece a la notoria desigualdad que exhiben sus pentagramas. Es que a lo largo de una hora y media, “Romeo y Julieta”, para los admiradores de Berlioz “una obra inmensa”, alterna pasajes de exquisita categoría inventiva-instrumental, con otros si se quiere “pasatistas”, que bien podrían suprimirse sin mengua alguna. Grandilocuentes, y si no, insustanciales, carentes de convic-ción dramática algunos números (“meyerbeerianos”), los de mejor magnitud y desarrollo se ofrecen en cambio en las salas de concierto de manera individual.


Nacido en nuestra ciudad, pero radicado en Suiza desde hace dos décadas, Facundo Agudín se había revelado ya como maestro serio y sólido a través anteriores actuaciones en el medio local. En esta ocasión, y al frente de un coro de cámara, doble coro polifónico, cantantes solistas y una amplia entidad sinfónica, su labor resultó desde ya altamente efectiva. Claro y preciso en la articulación del discurso orquestal, seguro, elegante en los giros melódicos, conceptualmente impecable en el despliegue de claroscuros, su faena se caracterizó asimismo por una natural flexibilidad en el manejo dinámico, fraseo estilísticamente homogéneo y remarcable equilibrio de planos.


El coro y los solistas
Nuestra gran agrupación sinfónica federal exhibió por su lado un rendimiento ajustado, diá-fano, de muy buena complexión en todas sus filas. La arpista Lucrecia Jancsa (“Premiers transports que nul n’oublié ») y la flautista Amalia Pérez se distinguieron debido a su resonancia caudalosa, firme y armoniosa, y el conjunto alcanzó tal vez su punto más encumbrado con el célebre “scherzo” de la reina Mab, cuyas cuerdas sabiamente divididas y una interacción instrumental casi mágica, produjeron una atmósfera etérea, de inasible fantasía.


Seguido por un público que colmó las instalaciones de La Ballena Azul (pero esta vez no hubo distribución masiva de entradas a cargo de una agrupación política, como antes), en calidad de solistas vocales intervinieron en el concierto Alejandra Malvino (Julieta), dueña de una voz cálida, de emisión franca, el tenor Ricardo González Dorrego (Romeo), de registro terso y atrayente dicción y el barítono Hernán Iturralde (Fray Lorenzo), cuyo metal por momentos adecuadamente timbrado se mostró insuficiente para asumir la parte de un bajo de mayor autoridad. .


Preparado por Darío Marchese, el Coro Polifónico Nacional cumplió finalmente una per-formance irregular. En algunos pasajes (sin ir más lejos: “Ohé, Capulets, bonsoir, bonsoir”) la hete-rogeneidad, producto de ensayos insuficientes, fue notoria. En otros (tercera sección) las bellas re-verberaciones del conjunto exhibieron calificado rango. Esto sin perjuicio de la faena de los inte-grantes que formaron el coro pequeño, esmaltado y espléndidamente pulido por donde se lo mire.

 


Calificación: muy bueno
Carlos Ernesto Ure