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Concentus Musicus Wien y la Novela Sinfonía de Beethoven en el Festival de Salzburgo

 

 

Teatro Grosses Festspielhus de Salzburgo

Lunes 25 de julio de 2016

 

Escribe: Eduardo Balestena

 

 

Concentus Musicus Wien
Director: Ándrés Orozco Estrada
Solistas: Elisabeth Kulman (mezzosoprano); Regula Mühleman (soprano); Florian Boesch (bajo) y Steve Davislim (tenor)
Coro: Arnold Schoenberg Chor
Director del coro: Erwin Ortner

 

La desaparición del Maestro Nikolaus Harnoncourt –quien dirigiría este concierto-dio a la versión de la novena sinfonía –en re menor, opus 125- de Ludwig Van Beethoven por el Concentus Musicus Wien, organismo formado por el gran maestro en 1953, un significado especial.


Helga Rabl-Stadler, presidenta del Festival rindió un homenaje a Nikolaus Harnoncourt y destacó los méritos del maestro colombiano Andrés Orozco Estrada.


Una culminación musical
Una obra es clásica cuando es posible encontrar en ella aspectos nuevos y aun inesperados que nos permitan experimentarla de otra manera.


Una versión nos hace no sólo acceder a ella sino revelarla; nos permite apreciar de otro modo aspectos de su forma y es producto de un paradigma sonoro capaz de suscitar en nuestra sensibilidad algo diferente.


La obra, entonces, revela que contenía otras posibilidades de expresión. Beethoven dedicó diez años a su novena sinfonía; no es sólo una gran obra sino una culminación donde todo está inspirada y cuidadosamente concebido.


De este modo, un sonido radicalmente diferente a las versiones de la discografía tradicional permite percibirla en timbres que suenan más individualizados y sectorizados, que son más incisivos, viscerales y a la vez más dulces y expresivos en un fraseo más claro. Un sonido más “angosto”, “filoso” y neto.


Nos permite pensar, en primer lugar, que las voces instrumentales conforman una textura muy diferente a las obras del puro clasicismo, que cada instrumento se destaca pero no en un rol solista sino en lo que contribuye a una trama en la que cada voz parece ser soporte de otra y a la vez explorar un motivo –desarrollarlo y pasar a otro- con entera libertad. No sucede así en la discografía tradicional donde esos timbres se funden en un todo.


Lo primero que nos suscita este paradigma sonoro es que los instrumentos ensayan otra forma de relación entre sí que por un lado mantiene el sentido de la proporción del clasicismo y por otro expande la libertad y la experimentación sonora.


Percibida de este modo, la novena sinfonía es una obra compleja y profunda en toda su formulación, ya desde ese acorde inicial, de maderas y metales, con una cuerda que más que presente parece sugerida, un comienzo con intervalos consonantes donde la orquesta pareciera aún estar afinando: es una idea de quietud de la cual, sin embargo, provienen los elementos donde empieza el desarrollo del movimiento, una trabajada forma sonata ampliada. La sinfonía parece surgir de la nada para remontarse al cuarto movimiento, donde el simbolismo musical alcanza su culminación, una en la que el ideal humano se afirma absolutamente.


Un paradigma sonoro
Hubo en este sentido, varias particularidades en esta versión: una de ella fue la de la libertad en la aceleración del tempo en lugares donde se resuelven elementos sonoros, como en el final del segundo movimiento, un allegro con trío escrito a partir de un fugato que empieza en los segundos violines en parte del desarrollo y en los fagotes en otra. Otro es el fortísimo de maderas y metales que establece la representación sonora que concluye en la aparición de la voz humana por primera vez en una sinfonía. También se singularizó por las intervenciones de trompetas y trombón solista: en el primer caso le confirieron un sentido marcial, más afín al alla marcia del tenor solista que a una simple función de soporte armónico; en el segundo, con una proyección –desviando al costado del atril el instrumento- que lo hizo más apreciable, el sonido de un trombón, más pequeño y de timbre más incisivo que el de la orquesta actual, confirió a sus pasajes una connotación que recuerda al Requiem de Mozart, donde el instrumento adquiere un sentido admonitorio y que permitió apreciar la relación sonora entre el instrumento y la cuerda masculina de cantantes.


Los cellos sostenidos a la manera de las violas da gamba y no apoyados en un pie –tal como Harnoncourt interpretó las últimas sinfonías de Mozart en el festival en 2014- es decir, con su caja ubicada más abajo que en la orquesta tradicional, y por consiguiente con un sonido más difuso, es otro de los elementos que caracterizaron a esta versión. También se hizo más destacable la percusión: timbales pequeños, con baquetas de extremo también más pequeño, en un sonido tajante, preciso, que en algunas partes parece caer en los tiempos de la cuerda.
Con los primeros violines del lado derecho de la orquesta, los segundos del izquierdo y las violas cercanas a los segundos violines, mientras que cellos y bajos estuvieron situados detrás de los primeros fue posible apreciar el complejo diseño de las cuerdas en la obra. Un lugar es el del tutti de cuarto movimiento, con un muy demandante pasaje en fusas durante la intervención del coro. Tempo rápido, enérgico y vivo y a la vez mayor claridad.


La obra es una trama de elementos únicos, inspirados y funcionales: un ejemplo es el adagio molto cantabile, un riquísimo tema con variaciones donde existe una polirritmia muy clara y en el cual se intercala un tema del primer movimiento, a su vez variado al mismo tiempo que una de las variaciones del tercero.


Las voces
Beethoven trata a las voces como a instrumentos, lo cual implica grandes dificultades para coro y solistas.


El bajo Florian Boesch abordó el decisivo –musical y simbólicamente- solo inicial del cuarto movimiento con acentos que destacaron un fraseo espontáneo y con amplios matices – a diferencia de la generalidad de las versiones de la discografía tradicional, con voces grandes y declamatorias. Lo mismo puede señalarse del alla marcia del tenor, abordado –también a diferencia de las versiones usuales- a un tempo rápido más propio del sentido del pasaje –una variación del tema de la alegría en un compás ternario, diferente del inicial por el tenor Steve Davislim.


En la misma concepción destacaron la soprano Regula Mühleman y la mezzosoprano Elisabeth Kulman que, al igual que el coro, deben cantar con intervalos muy demandantes que suben, en ocasiones, a una doceava. Un lugar es el del ascenso grado por grado de las voces para simbolizar que por encima de las estrellas debe haber un padre bondadoso.


Un coro de voces medianas, absolutamente homogéneas abordó cada una de las variaciones que conforman el movimiento y la exigente doble fuga abriéndose paso al sonido de la orquesta con toda perfección.


Nacido en Medellín en 1977, el maestro Andrés Orozco Estrada ha llevado a cabo una extensa y destacada carrera en Europa, n organismos como la Orquesta Filarmónica de Viena; la Gewandhaus de Leipzig y muchas otras.


Un digno sucesor en el podio de Nikolaus Harnoncourt.          

             

 

Eduardo Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com