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En el Colón, en la apertura del Mozarteum


UNA ESPLÉNDIDA CANTANTE: JOYCE DIDONATO

 

Teatro Colón

Lunes 18 de Abril de 2016

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 


Luna: “De España vengo”, de “El Niño Judío”; Ravel: Shéhérazade; Rossini: “Bel raggio lusinghier”, de “Semiramide” y “Tanti affetti in tal momento”, de “La Donna del Lago”; Granados: “La Maja dolorosa”, de Tonadillas al estilo Antiguo, H136; Giordani: “Caro mio ben”; Pergolesi: “Se tu m’ami”; Rosa: “Star vicino”; Händel: “Lascia chío pianga”, de “Rinaldo”.

 

Joyce DiDonato, mediosoprano

Craig Terry, piano.

 

 

Tuvo contornos de muy alto relieve el recital que Joyce DiDonato ofreció el lunes, en el Colón, en la inauguración de la temporada del Mozarteum Argentino. Es que la mezzo de Kansas, dueña de una técnica verdaderamente impecable, puso además en evidencia en su tercera visita a nuestro medio sólido bagaje cultural y profunda sensibilidad artística, elementos los tres, aunados, que le permitieron plasmar versiones de trabajos bien diferentes siempre con impacto musical, estilo superior y refinada expresividad.


La técnica
Acompañada por Craig Terry, pianista correcto sin ir mucho más allá, la cantante estadounidense exhibió metal potente, emitido con franqueza y claridad, excelentemente proyectado por intermedio de resonadores-difusores de esmaltada funcionalidad. Homogénea en toda la tesitura, sin mostrar fisura alguna, consistente en la zona grave, Joyce DiDonato lució asimismo color parejo y bien definido, si se quiere brillante.


Sus fiorituras rossinianas, por supuesto con trasfondo pirotécnico, se oyeron limpias y bien articuladas. Pero además de ello, y al servicio de una intencionalidad comunicativa, el manejo de su registro mostró flexibilidad de intensidades, fortes y pianíssimos enlazados con llamativa naturalidad en un espectro de gradaciones de sorprendente maleabilidad, tal como si su órgano vocal, manipulado “a piacere”, fuera en realidad un instrumento al que conduce con eximia operatividad. Claro está que no estamos hablando de algo extraño al cuerpo del ejecutante, sino del más extraordinario de los instrumentos musicales que se conocen: la voz humana.


La interpretación
Hubo ciertas dudas previas acerca del abordaje de las obras españolas incluidas en el programa. Pero debe decirse en verdad que la mediosoprano estadounidense emergió airosa de la conocida aria de Pablo Luna, aunque demostró algunas opacidades de dicción en las Tonadillas, de Granados.


Simpática y desenvuelta a través de comentarios multilingües dirigidos al auditorio, Joyce DiDonato se destacó en las páginas de Rossini por la soltura del fiato y su deslizamiento fresco e incisivo por escalas ascendentes y descendentes difíciles, en las que ninguna nota fue omitida. Es cierto que en el contexto de su infatigable actuación, resultaron un punto negro las deformaciones jazzísticas, de dudosa comicidad, de los trozos antiguos de Giordani, Pergolesi y Rosa. “Lascia ch’ío pianga”, de Händel, fue vertida en cambio con óptimo juego de claroscuros y finísimo legato.


Pero lo más importante de la noche fue sin duda la traducción modelo de “Shéhérazade”, refinada colección francesa de Ravel, con versos de Tristan Klingsor, desplegada por nuestra visitante con una paleta plástica de exquisitos matices. Pletórica de delicadas tonalidades, intensamente sugerente en todas las alturas, evanescente, cada frase, cada nota fueron elaboradas por la cantante norteamericana con una sutileza y una línea estética de la más alta escuela.


Calificación: excelente


Carlos Ernesto Ure