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Viernes en la Ballena Azul

 

LA SINFÓNICA NACIONAL EN SU NUEVO AUDITORIO


La Ballena Azul

Viernes 13 de Junio de 2015

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

 

Sibelius: Concierto para violín y orquesta, opus 47

R. Strauss: Sinfonía Alpina, opus 64.

Xavier Inchausti, violín

Orquesta Sinfónica Nacional (Günter Neuhold).

 

 

Después de tantas idas y vueltas por tinglados alternativos (el Colón, la Bolsa de Comercio, el Cervantes, Belgrano), la Sinfónica Nacional, tras este extenso periplo, alcanzó su destino final: el nuevo auditorio nacional recién inaugurado en el ex Palacio de Correos. Con capacidad para 1700 espectadores, un órgano imponente y cualidades acústicas de clara y cálida expansión sonora a favor de amplias superficies de madera (y pese a unos mármoles inadecuados), la sala luce bella, moderna, de líneas esbeltas. El viernes tuvo lugar en La Ballena Azul la apertura de la serie de conciertos de nuestra orquesta federal (siempre con entrada gratuita), y la velada, se lo debe decir, transcurrió con un nivel netamente superior al que venía exhibiendo la agrupación en los últimos meses.

 

Xavier Inchausti
En la primera parte del evento Xavier Inchausti actuó como solista en el Concierto opus 47, de Sibelius (1903/1905), pieza un tanto epidérmica (un musicólogo llegó a hablar de su “ejecución difícil pero trágicamente convencional”), en la que acreditó no obstante graves sedosos, impecables ataques y deslizamientos en el registro sobreagudo, así como también limpieza en las variaciones y arco dúctil y melodioso. El legato del siempre seguro violinista bahiense, además, fue de primer orden, y en tal virtud el adagio se erigió en un canto de envolvente elocuencia, criterioso en el manejo de las gradaciones, finamente elaborado en sus inflexiones.


Günter Neuhold condujo por su lado con energía y precisión.


Richard Strauss
Pero fue en la segunda sección de la jornada donde la Orquesta Sinfónica Nacional consiguió reverdecer sus tradicionales y un tanto olvidados lauros. El maestro austríaco dirigió la exuberante “Alpensymphonie”, de Richard Strauss (1915), con soberbio vuelo y fluidez de discurso, gesto puntual y dominador y abarcadora musicalidad. Integrada por más cien ejecutantes (con órgano, oboe “heckelphon”, cuatro tubas Wagner, dos tubas contrabajo, máquinas de viento y de truenos, dieciséis metales detrás de la escena), la Orquesta Sinfónica Nacional, encabezada por su concertino Luis Roggero, mostró esta vez encuadres ajustados, rendimiento parejo en casi todos sus sectores, ataques casi siempre unísonos y una sabia, verdaderamente excelente  interacción de planos, logro por supuesto atribuible a la batuta, que según trascendidos, habría sometido a los músicos a un rigor de ensayos diferente del que recorren habitualmente.

                                                                     Carlos Ernesto Ure