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Un excepcional pianista en el Colón

 

Evgueny Kissin, articulación, dinámica, claroscuros

 

Teatro Colón

Martes 2 de Junio de 2015

 

Escribe: Diego Montero

 

 

W. A. Mozart: Sonata para piano Nº 10 en do mayor, K. 330

L. van Beethoven: Sonata para piano Nº 23 en fa menor, Op. 57

J. Brahms: Tres Intermezzi, Op. 117

I. Albéniz:

- De la Suite española Nº 1, Op. 47: Granada y Cádiz
- De Cantos de España, Op. 181: Córdoba y Asturias

J. Larregla: ¡Viva Navarra!

 

El pianista ruso Evgeny Kissin tuvo la oportunidad de reencontrarse con el público de Buenos Aires en una de las más fascinantes y extraordinarias salas del mundo, como lo es el Teatro Colón, en el marco del ciclo “Quinto aniversario”.


Es lamentable mencionar que un tercio de la platea y casi la totalidad de los palcos altos se encontraban vacíos; (no recordamos algo semejante en un concierto de este nivel). Esto es un testimonio del error en la política de precios ($1500 la platea), que se intentó subsanar de manera improvisada otorgando un 2 por 1, solo 48 horas antes del concierto sin una campaña publicitaria seria.


¿Habrá llegado el momento de recordar que no solo de pan y fútbol vive el hombre y que estos conciertos mejoran la calidad humana de nuestros semejantes? ¡Qué oportunidad perdida!

 

Es indudable que Kissin es un maravilloso pianista reconocido mundialmente. Pero creemos que no se ha destacado con la suficiente claridad que además de un eximio pianista, es un músico superlativo. Esta distinción refiere no solamente a la consideración de su técnica, sino también a su madurez espiritual. Kissin se encuentra en el esplendor de su carrera.


Antes, maravillaba por la claridad y dominio de la mecánica del teclado; hoy, se le suman la comprensión profunda del discurso musical de las obras que ejecuta, y la humildad para reflejar el espíritu del compositor (y no el propio) cual actor de teatro que debe “vivir” y “recrear” cada personaje.


Este valor tan olvidado por pianistas como Schiff, Uchida, Lang, etc y que son destacados como virtuosos por poseer una visión y comprensión “moderna” del espíritu antiguo, convierte a Kissin en uno de los pocos herederos de una escuela pianística casi extinta que nucleó a geniales músicos como Sólomon, S. Richter, V. Horowitz y C. Arrau, para nombrar solo a unos pocos, que consagraron sus vidas a la investigación de la personalidad “real” del compositor y estuvieron al servicio del amor por la música. (Creemos que se puede también incluir en esta escuela a la ucraniana Valentina Lisitsa).

 

El inolvidable concierto comenzó con la sonata N° 10 K 330 de Mozart. Elegancia, refinamiento y claridad. Tres aspectos de la personalidad del genial compositor que Kissin proyectó con maestría. Luego la sonata N° 23 Op. 57 de Beethoven; y aquí el temperamento fue diferente. Sonoridad inmensa y tortuosa (no recordamos un pianista que haya “llenado” la sala del Colón de esa manera); conflictos y pasiones desbordantes. Tal, el estilo del genio de Bonn. Y como muy pocos pianistas de la actualidad, Kissin logró el contraste profundo y perfecto de esas dos personalidades. Esto se vio reflejado en innumerables detalles técnicos; solo para citar uno de ellos, no menor: la intensidad del forte en la obra de Mozart no fue la misma que el forte en la obra de Beethoven. Esto, solo lo comprenden los grandes maestros.

 

Luego del intervalo, el programa continuó con Tres intermezzi Op. 117 de Johannes Brahms. Nuevamente la elegancia sumada a la “científica” sabiduría de Brahms, quedaron plasmadas en la música. Llegó el turno de Isaac Albéniz con una pequeña selección de obras pertenecientes a importantes ciclos: Granada, Cádiz, Córdoba y Asturias. Y la admiración fue inmensa porque Kissin las presentó despojadas de la habitual sensualidad rayana en la cursilería. Finalmente interpretó ¡Viva Navarra! de Joaquín Larregla dejando de manifiesto la energía viril y rústica del espíritu Español.

 

Fuera de programa y ante un público eufórico, Kissin desarrolló una extraordinaria “mini presentación” que incluyó: La Polonesa Op 53 de Chopin, luego la Danza Española N° 5 de Granados, y finalmente la Mazurka Op 68 N° 2 también del compositor polaco.

 

La trascendencia del espectáculo marcó un hito en la historia del Teatro Colón.