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En el ciclo de la Fundación Chopiniana, en el Palacio Paz

 

 

LUIS ASCOT, PLASTICIDAD Y VERSATILIDAD

Palacio Paz (Av. Santa Fe 750)

Miércoles 17 de septiembre de 2014

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

 

Ginastera: “Para los acentos”, “Triste”, “Danza Criolla”, “Vidala”, “En el primer modo pentáfono menor” y “Homenaje a Roberto García Morillo, del Volumen I de Preludios Americanos, opus 12

Mozart: Sonata para piano Nº 5, en sol mayor, K 283;

Schumann: “Papillons”, opus 2;

Villa-Lobos: Preludio de las Bachianas Brasileiras Nº 4, “A lenda do caboclo”, “Valsa da tory “Choros” Nº 5 “Alma brasilera”

Nazareth: “Escorregando”, “Epônina”, “Brejeiro”,“Ameno Resedá” y “Turuna”.

 

Luis Ascot, piano.

 

 

 

 

Siempre en la Sala Levalle (Hall de Honor) del fastuoso palacio que Louis-Marie Henri Sortais levantó en 1908 para el director-propietario de este diario, la Fundación Chopiniana, bajo la guía de la aguerrida Martha Noguera, realizó el miércoles la cuarta sesión de su “Festival 2014”. La velada, de destacado nivel, estuvo a cargo de Luis Ascot, y se distinguió no sólo por la impecable pulcritud del mecanismo pianístico, sino también debido a sus aladas búsquedas de plasticidad colorística,  constantes a lo largo de un programa de manifiesta diversidad.

 

Mozart ante todo

Con un Steinway de sonoridad cálida y entera, nuestro compatriota inició su labor con seis números de los Preludios Americanos, de Alberto Ginastera, trabajo que alterna movimientos lentos con otros muy rápidos: acordes vibrantes y un fraseo de acusada sensibilidad caracterizaron su ejecución, articulada sobre la base de disonancias expresivas, traducidas con sentido unitario y arco compacto.

 

Luego, en la Sonata K 283 de Mozart, con su espléndido “presto” y sus aires cortesanos, cabe ponderar la faena del solista en función de su estética delicadamente afiligranada, su estilo depurado, la cadencia suavemente sostenida del “andante”.

 

En “Papillons”, de Schumann, de los que Ascot brindó una versión de corte académico, “rallentandi” finos y acentos puestos en giros evocativos o alegres produjeron una edición densa pero cromáticamente armoniosa.

 

Ernesto Nazareth

La segunda porción del recital estuvo dedicada por entero a la música brasilera, comenzando por Héctor Villa-Lobos, de quien se escucharon cuatro piezas. Búsqueda del claroscuro, combinación inteligente del discurso unitario de ambas manos, fueron rasgos comunes a todas ellas. Es probable de todos modos que en el vals, el pianista haya desplegado un exceso de pasión telúrica, al igual que en el “Choros”, salpicado por acordes de gran brusquedad.

 

El carioca Ernesto Nazareth (1863-1934), poco conocido en nuestro país, es sin duda una figura clave en la música popular-culterana del suyo. Luis Ascot realzó con fluida tensión rítmica una polca de salón, un tango sincopado (que no tiene nada que ver con el nuestro) y un vals, todo de amable y grata intrascendencia. Y concluyó su actuación con una versión de otro tango (“Turuna Grande”) brillante por donde se la mire, luminosa en sus despliegues cromáticos y en su impetuoso, arduo, envolvente entramado.

 

                                                                           Carlos Ernesto Ure