Wolfgang Amadeus Mozart, Sinfonía Praga; Misa de la Coronación
Teatro del Mozarteum de Salzburgo
20 de julio de 2014
Escribe: Eduardo Balestena
Orquesta del Mozarteum de Salzburgo
      Director: Manfred Honeck
      Coro Bach de Salzburgo
      Eva Liebau, soprano
      Judith Schmidt, contralto
      Mauro Peter, tenor
      Thomas Bauer, bajo
      Michaela Aigner, órgano
    
Praga rivalizó con Viena en la vida cultural europea desde el siglo XVI. La nobleza bohemia cultivó el arte y la ciencia y durante el XVIII la ciudad exportó instrumentistas a toda Europa.
      No es entonces de extrañar que ante las  dificultades de Mozart en estrenar Le  nozze di Figaro en Viena en mayo de 1776 se haya dirigido a aquel  floreciente centro del arte donde la obra triunfó en 1787.
      La Sinfonía  en re mayor KV 504, Praga fue concebida durante aquella época, y podemos  inscribirla en un proceso compositivo de madurez que se abre con las seis  últimas obras del género. Entre las sinfonías  Linz y  Praga (desarrollada  en tres movimientos) transcurren quince meses y aquello que escribe para el  público de esa otra parte del imperio que alberga ideas propias y un espíritu  de autonomía es un trabajo elaborado y complejo en donde las formas cobran otra  dimensión.
      La introducción, que en trabajos  anteriores tenía la finalidad de crear una atmósfera para la exposición del  primer tema cobra otras proporciones en la sinfonía Praga, con un episodio  prolongado, intenso y sombrío enunciado por las cuerdas en una suerte de  crescendo dramático que recuerda a la obertura de Don Giovanni. Sólo luego de  su resolución se introduce el primer tema de un carácter diferente, una idea  sencilla que va cobrando cuerpo cada vez más intensamente y que vuelve al  espíritu inicial, pero trabajando, en ese curso, en un tejido contrapuntístico  entre el primero y el segundo tema en un uso muy colorido de la paleta  instrumental.
      El andante comienza con ese motivo inicial  expuesto gradualmente, como si fuese construido lentamente hasta ganar cuerpo,  momento en que surge un color sombrío en la respuesta. También el finale es sorprendente, un motivo en sí breve  y poco significativo que permanentemente se expande para llegar al máximo de una  elaboración que siempre obedece a elementos que surgen de él, lo que le  confiera una enorme unidad.
      El día más  feliz de su vida llamó Mozart al de aquel éxito.
      El Regina coeli en do mayor, KV 108 fue  escrito para la celebración de la pascua de 1772 en la catedral de Salzburgo.  Es una obra elaborada para la factura habitual de las del género que  incluye  trompetas en do, y la cuerda  incluye violas, que no eran utilizadas en obras litúrgicas. Es bellísima la  línea de la soprano.
      La Misa en do mayor K 317, de la Coronación –una de las tres interpretadas durante la coronación de Leopoldo II en  Praga en 1791- está concebida en la  tradición de Salzburgo para la música sacra. La partitura data del 23 de marzo  de 1779, es decir de mucho antes de la coronación. Mozart había estado al  servicio del arzobispo durante unos siete años y conocía bien los  requerimientos para la composición: trompetas en do; la distribución de los  instrumentistas en cuatro balcones separados, en cada esquina de la cruz y la  ausencia de violas. También conocía las estrictas limitaciones de la naturaleza  y el uso de una música eclesiástica en que las distintas partes debían tener una  duración determinada. La preocupación pastoral demandaba un espíritu diferente  a la línea italiana del canto y a las arias virtuosas.
      Mozart entonces se concentró en una  música que transmitiera la verdad divina con evidente claridad y poder  emocional. 
      Ya el Kyrie eleison inicial deslumbra con su plantea: al grave y enérgico  acorde del comienzo surge una línea de canto que alterna dulzura y gravedad.  Mozart supo ir siempre más allá de los requerimientos a los que debió ceñirse.  Trompetas y timbales abren el jubiloso Gloria,  en un tajante acorde y se desarrollan en tres planos: mientras los violines se  dirigen al cielo, referencias a Dios Padre y al Hijo de Dios son cantadas como  dúos entre los cuatro solistas, pero lo que sorprende nuevamente es la línea de  canto, dulce, musical y serena.  
      El Credo se inicia con un pasaje en  octavas, como un grito al cielo, de dinámica contrastante entre los mismos  compases reforzando las palabras Dominum; Christum y Dios en un movimiento que refleja la trinidad. Toda la concepción  de la obra está dada en soluciones semejantes, indicativas de la maestría de  Mozart para cumplir con finalidad de la obra y hacerlo de un modo total y  singular y propio al mismo tiempo. Sólo él podía llevar a cabo algo así.
      Los Intérpretes
      Manfred Honeck,  nacido en Austria, formado como asistente de Claudio Abbado, director de una  gran trayectoria abordó la obra acorde a sus requerimientos: la pureza de la  línea melódica, un tempo con articulaciones suaves, claras y  definidas, que permitió lucir esa textura de  claridad, balance y pureza tímbrica con una marcación clara y absolutamente  precisa. 
      La soprano  austríaca Eva Liebau ganó, entre otros, forma parte de la ópera de Zurich desde  2004 y tiene una línea de canto grácil, absolutamente acorde al timbre  mozartiano en una de las cuerdas de más lucimiento en la obra. Judith Schmid,  mezzo-soprano suiza, también mimbro de la Ópera de Zurich ha perfeccionado su  técnica vocal en la Guildhall School of Music y cantado una gran variedad de  roles, incluyendo el de Maddalena en  Rigoletto; Suzuky en Madama Butterfly  entre otros. Mauro Peter es un destacado tenor que estudió canto en la  Universidad de Música de Munich y ha llevado a cabo una ya extensa carrera que  comenzó en la Academia del Teatro de Bávara. El barítono alemán Thomas E. Bauer  también ha desarrollado una intensa y larga carrera que incluye numerosas  orquestas, como La Sinfónica de Boston, con la dirección de Bernard Haitink; la  Sinfónica de Washington, bajo la dirección de Ivan Fischer y otros numerosos  organismos.
      Pese a los  requerimientos solistas: claridad, musicalidad y elegancia en el fraseo, las  mayores demandas recaen en el coro, en es el caso el prestigioso coro Bach de  Salzburgo, dirigido por Alois Glassner, un especialista en música religiosa;  este organismo y la Orquesta del Mozarteum brindaron una excelente versión de  una obra maestra que va mucho más allá de su cometido litúrgico para  convertirse en una muestra de la inspiración de que Mozart fue capaz a partir  de recursos y una estética limitados a partir de los cuales produjo una obra de  gran brillo musical.


