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Con la participación estelar de Horacio Lavandera

 

ARTURO DIEMECKE, OTRA FILARMÓNICA

Teatro Colón

Miércoles 9 de Abril de 2014

 

Escribe: Carlos Ure

 

 

Brahms: Concierto Nº 1, para piano y orquesta, en re menor, opus 15;

R.Strauss: Una Vida de Héroe, opus 40.

 

Horacio Lavandera, piano

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (Arturo Diemecke)

 

 

Toscanini decía que no hay buenas ni malas orquestas. Lo que hay, explicaba, son buenos y malos directores. Luego de los resultados tan mediocres que había alcanzado en sus dos conciertos anteriores con Ira Levin, la Filarmónica de Buenos Aires se presentó de nuevo el miércoles en el Colón, bajo la conducción de Arturo Diemecke, y esta vez pareció en verdad otra agrupación: prolija, compacta (en el mejor sentido del término), aplicada, con proporcionada interacción de planos y neta calidad sonora global.


Artista eximio
            La velada se inició con el Primer Concierto, de Brahms, obra densa, extensa, de un romanticismo académico arduo, en cuyo transcurso Horacio Lavandera cumplió como solista una faena virtualmente agotadora, de notable relevancia. Infalible en la digitación (no erró una sola nota en un universo superpoblado de teclas), diestro en las gradaciones y con una pulsación decidida y certera, nuestro compatriota se manejó además con convicción rítmica, sensibilidad y natural agilidad.


A partir de una compenetración estética y musical casi perfecta con el maestro (quien desplegó por su lado un lenguaje de depurado estilo y exactas inflexiones), Lavandera, quien reside en Madrid, demostró en el “adagio” que ya a los treinta años es dueño de una madurez interpretativa que permite augurarle una trayectoria de constante ascenso internacional. Sus esfumaturas y medias tintas, la profundidad de un discurso casi elegíaco desarrollado en un contexto si se quiere de limpieza expresionista, la afirmativa claridad de sus variaciones, se asociaron además en exacta simbiosis con los mismos rasgos plasmados por Diemecke (esta vez sin sus conocidas euforias). Ambos artistas lograron por momentos, y es justo que se lo diga, la elaboración de climas poco menos que mágicos.


Strauss, brillante
En la segunda sección del concierto la Filarmónica abordó un trabajo sinfónico de enormes exigencias. “Una Vida de Héroe” (“Ein Heldenleben”), de Richard Strauss, es en efecto una obra de amplísimo orgánico (maderas a cuatro, ocho contrabajos, ocho cornos afinados por grupos en “fa” y en “mi”, dos tubas), de muy difícil arquitectura en sus entrelazamientos métricos, cromáticos y tímbricos.


Debe decirse sin rodeos que el maestro mejicano, quien no usó ni batuta ni partitura, lució en la traducción de este poema musical arquetípico absoluta seguridad de gestos e intenciones. Su traducción, de brillante vigor y sentimiento (los “tutti” en fortissimo fueron bellísimos), acreditó espléndido vuelo, esmaltado equilibrio, justeza en acordes, fraseo, intensidades, todo lo cual le permitió encausar con absoluta solvencia el verdadero torbellino sonoro straussiano.


Al margen de otros calificados solistas (flautas, clarinete, oboe, un fagot esbelto), no puede dejar de ponerse en resalto en esta parte la labor del concertino Pablo Saraví, quien en más de un fragmento de singular compromiso hizo oír un legato y notas modeladas con exquisita tesura, sedosas en su bucólica “berceuse”, redondas en todas las velocidades.

  
Carlos Ernesto Ure