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Britten y su Réquiem de Guerra

 

Una poética musical

Teatro Colón

Viernes 27 de Septiembre de 2013

 

Escribe: Eduardo Balestena

 

 

Britten: “Réquiem de Guerra”, opus 66, con textos de Wilfred Owen y de la liturgia latina.

Tamara Wilson, soprano

Enrique Folger, tenor 

Víctor Torres, barítono.

Coro de Niños (César Bustamante)

Coro Estable del Teatro Colón (Miguel Martínez)

Orquesta Estables del Teatro Colón (Guillermo Scarabino).

 

 

Obra múltiple y poderosa, nada en el Requiem de Guerra de Benjamin Britten se encuentra puesto al azar: cada elemento sirve a un preciso simbolismo. Si ello permite una obra que pueda mantener esa intensidad o no es un tema diferente.


Sobre el texto del Requiem latino, presentado dentro de un esquema armónico que se caracteriza por el uso del tritono, o intervalo de cuarta aumentada, o quinta disminuida: un intervalo tensional, las voces solistas masculinas intercalan poemas de Wilfred Edgard Salter Owen (1893-1918).


Los grupos, distribuidos (señala Mario Arkus en War Requiem, de Banjamin Britten, Filomúsica, mayo 2003) en tres planos representan el más allá de la muerte (coro de niños y órgano); el duelo y la súplica (coro y orquesta principal) y el clamor de las víctimas (tenor, barítono y orquesta de cámara). Cabe la pregunta de si, como en el Schicksalslied de Brahms, esos mundos se vinculan entre sí o discurren sin tocarse.


Las sonoridades sin matices, frías, despojadas, en un marco de vaguedad tonal, plantean una atmósfera desoladora que contrasta con las intervenciones del coro de niños ubicado en el espacio del techo de la sala: escucharlas surgir de esa altura es en sí una experiencia muy intensa, en un efecto que potencia al de la partitura y que habla de la exactitud de la preparación de César Bustamante: lejos del director musical en el escenario no es posible seguir sus indicaciones y dependen del director del coro de niños.


Un pacifismo estético
El lacrimosa es uno de los números quizás más intensos: la soprano destaca un motivo que expresa movilidad, como una marcha irregular, en una suerte de contratiempo con el coro, lo que genera una sensación de marcha asimétrica, en una curiosa línea de canto (es grácil pero no llega a la dulzura) que transita en el registro medio y desciende pronunciadamente, sin perder el fraseo. El pasaje es interrumpido tres veces por el tenor con los versos “move him, move him into the sun”: “pónganlo al sol, siempre él lo ha despertado, aquí mismo, en Francia, esta misma mañana ante la nieve”, en una tesitura en el registro medio del tenor con una inflexión, por decirlo así, hueca, que le confiere una sensación fantasmal: “¿Para esto, para esto creció desde el barro? ¿Qué hizo que los fatuos rayos del sol interrumpieran del todo el sueño de la tierra? Tras el tañido de las campanas  el coro concluye “Jesús piadoso, dales el descanso eterno, Amén”.


El efecto que estos elementos tan diferentes producen es extraño, envolvente y poderoso, hace perder de vista lo complejo de una textura apoyada en momentos de dulzura y espiritualidad, con acentos irreales, como el del coro al final del diaes irae.


Britten, un pacifista convencido y militante, que lo fue en momentos en que esa actitud era difícil, concibe a la música en términos de una poesía que le da sentido, contraste y relieve al texto latino. Logra con ello alturas diferentes, propias y confiere a su obra una identidad profunda.
Fuera de estas alturas, despojada de toda calidez se vuelve por momentos, árida e intelectual, con el peso de la expresión en timbres neutros.


Complejidad musical
Obra ardua, no sólo por sus contrastes sino también por las superposiciones de cosas distintas, está dada en cambios de compás, en la sucesión de desarrollos diferentes, a veces predecibles, otra sorprendentes, como el Offertorium   que, luego del coro de niños, tras un desarrollo, se entrelaza con la intervención del barítono y el tenor. La música pasa de la orquesta a la orquesta de cámara y al poema “La parábola del viejo y del joven”: Abraham mata a Isaac sin hacer caso del consejo del ángel, en una metáfora de que la vieja Europa envía a morir a sus jóvenes a la guerra (es imposible no recordar la memorable novela Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque).


El director musical comenta que en las últimas páginas (236 y 237) se produce  un clímax en el cual todos los elementos intervienen de una manera superpuesta, lo que genera una sensación de ininteligibilidad absoluta. Una vez que han cesado todos los instrumentos, sobre la m final de sempiternam, que mantiene el coro, el tenor solista canta el Dona nobis pacem  el agnus dei de la misa que implora la paz. Es un elemento externo al Réquiem y a los poemas de Owen.


El tenor –le sigue el barítono, conformando ambos el elemento más desgarrante- comienza el último poema “Strange meeting”, protagonizados por un soldado inglés y uno alemán: “Durmamos ahora”. Gradualmente, la soprano y el coro se incorporan a la música.


Vuelve a entrar el coro de niños para retomar los versos del comienzo “Réquiem aeternam dona eis” y a la progresión de campanas el coro a capella lleva lentamente  la última frase “Requiescant in pace, Amen” que no termina de resolverse, en un poderoso efecto final que condensa la una sensación de pregunta y eternidad al mismo tiempo.


Absolutamente clara, siempre presente tanto en el coro como en las orquestas, la cuidada dirección del maestro Scarabino permitió plasmar el nivel que requiere una obra de estas características. Lo mismo puede señalarse del Coro Estable y de la labor de Miguel Martínez, su director: a la voz humana le están reservadas las mayores demandas: en la claridad, levedad o fuerza que requieren los diferentes números; en esos ascensos graduales de voces, en la homogeneidad que siempre se exige.


Tamara Wilson mostró una gran ductilidad, flexibilidad de fraseo y proyección; lo mismo que el barítono Víctor Torres. El tenor Enrique Folger logró las inflexiones y matices requeridos a su cuerda.         


Pensado como obra destinada a la inauguración de la nueva catedral de Coventry, bombardeada el 14 de noviembre de 1940 (las ruinas de la antigua quedaron como un espacio para la memoria) nos presenta, en su inquietud, el interrogante de si es posible superar un hecho como la guerra. Como alegato pacifista de reconciliación, fue escrito en momentos en que la guerra fría se cernía sobre el mundo, con episodios como el de la Bahía de Cochinos o el muro de Berlín.


¿Es posible después de todo dejar atrás una tragedia de esa magnitud? O, como dice el texto, sólo cabe esperas nuevas guerras. La música parece dejarnos, en sus contrastes y su desazón, esos interrogantes, tan desoladores como esa textura musical.

           

Eduardo Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com

 

 

 

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