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Britten y su misa de difuntos en el Colón

 

PULCRA EDICIÓN DEL “RÉQUIEM DE GUERRA”

 

Teatro Colón

Martes 24 de Septiembre de 2013

 

Escribe: Calos Ure (La Prensa)

 

 

Britten: “Réquiem de Guerra”, opus 66, con textos de Wilfred Owen y de la liturgia latina.

Tamara Wilson, soprano

Enrique Folger, tenor 

Víctor Torres, barítono.

Coro de Niños (César Bustamante)

Coro (Miguel Martínez)

Orquesta Estables del Teatro Colón (Guillermo Scarabino). El martes 24, en el teatro Colón

 

 

            

El Colón se apartó de la ópera, y en sexta función de gran abono de la temporada lírica oficial ofreció el martes una misa-oratorio del británico Benjamin Britten, que no alcanza la hora y media de duración y encierra un discurso denso, ominoso en climas y entramados sonoros. Es que el “Réquiem de Guerra” (1962), fuerte alegato antibelicista, es sin duda una creación desigual, de tintes armónicos desolados y esa tonalidad permanentemente ambigua que caracteriza toda la producción de su autor. Algunos de sus fragmentos no parecen esencialmente de alta inspiración. Sin embargo, otros (el “Sanctus”, con voz femenina enlazada a una exquisita percusión, el “Agnus Dei”, con reflejos de  Bach y la  bellísima plegaria del tenor y el “Libera me”, de multifacética inventiva a través de su procesión coral, de desgarradora polifonía, la interacción de sus planos y el apagamiento final en un clima de serena angustia) conforman por cierto un material original, de muy atrayente elaboración y despliegue  de óptimos recursos expresivos e instrumentales, lo que en el balance final atenúa desde ya la extensión de la obra y sus pasajes de caída.


          Los solistas
En el cuadro de solistas vocales el tenor Enrique Folger hizo oír un registro plañidero, estentóreo en su zona central, sin perjuicio de algunos momentos de mayor lirismo, al tiempo que el barítono Víctor Torres, muy cómodo en este repertorio, además de metal bien conformado y excelente dicción inglesa, puso en evidencia una línea de canto de sólido refinamiento. La soprano Tamara Wilson, elemento de promisorio futuro, se destacó desde su costado debido a su color armonioso, de natural movilidad, la limpieza de los armónicos y un vibrato suave, sumamente grato y elocuente.  


Preparado por su titular, Miguel Martínez, el coro estable acreditó remarcable flexibilidad para las permanentes gradaciones a que obliga esta Misa de Difuntos, esbeltos pianos, y pianíssimos sostenidos largamente hasta el desvanecimiento de la nota, ello sin olvidar su enjundiosa y bien abigarrada vibración en los fragmentos forte.


La faena del coro de niños de la casa resultó asimismo de gran factura. Acompañada en órgano por su conductor, César Bustamante, la agrupación se situó en la cúpula de la sala, y desde allí, y a través de variadas intervenciones, derramó sus sones angelicales, de tensión blanco-infantil, gentiles, afinados, fruto cabal de una ardua tarea de estudio y de preparación.   

 


          La orquesta
En cuanto al maestro Guillermo Scarabino, debe decirse que se mostró seguro dominador de la compleja partitura del “War Requiem” y concertó con énfasis, precisión y pulcritud, logrando atmósferas sugestivas, en un marco siempre equilibrado. La orquesta estable, por último, ofreció una impecable respuesta, con bronces de aceitada aplicación (las fanfarrias de esta obra son determinantes) y un trabajo decididamente homogéneo y sin fisuras en todas sus filas, tanto en lo que hace al grupo de cámara como al conjunto principal, que intercalaron muy criteriosamente sus participaciones.


Carlos Ernesto Ure