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En el Coliseo, en la temporada de Nuova Harmonia

NELSON GOERNER, UN PIANISMO EXQUISITO

 

Teatro Coliseo

Miércoles 18 de Septiembre

 

Escribe: Carlos Ure

 

 

 Chopin: Fantasía en fa menor, opus 49 y Balada Nº 3, en la bemol mayor, opus 47;

Debussy: Reflejos en el Agua, Homenaje a Rameau y Movimiento, del Libro I de “Images” y “L’Isle Joyeuse”; Schubert: Sonata en si bemol mayor, D 960.

Nelson Goerner, piano. El miércoles 18, en el teatro Coliseo

 

 

           Cumplidos cuarenta y cuatro años y a esta altura concreta de su relevante trayectoria, el arte de Nelson Goerner merece ser analizado de manera focal. Es que el pianista de San Pedro (desde hace mucho residente en Ginebra), en un proceso de madurez interpretativa notoriamente creciente, con austeridad de la que no se aparta en ningún momento despoja por un lado a sus versiones de cualquier oropel ficticio, efusiones fulgurantes, brillos efectistas. Pero además de ello, y para completar su personalidad, debe decirse que sus traducciones aparecen cimentadas por la exquisita conjunción de una pulsación de extraordinaria flexibilidad y sutileza, gradaciones manejadas con admirable maleabilidad en todas sus gamas y tal vez con peso preponderante, esquemas dinámicos absolutamente exactos, todo lo cual, como es de imaginarse, arroja como resultado ediciones por cierto de sobresaliente jerarquía y marcado sello personal.


Un Chopin distinto


            En este contexto y a lo largo de un programa de contenidos tan bellos como densos, nuestro compatriota comenzó por abordar la Fantasía y una de las Baladas, de Chopin, y lo hizo con mecanismo pausado, de impronta reconcentrada, opuesto por definición al almibarado o fogoso romanticismo al que muchos tecladistas nos tienen acostumbraos. Su lenguaje, siempre desenvuelto con musicalidad y pianismo de alta categoría, fue si se quiere penetrante en la búsqueda de la expresión a través del claroscuro y la plasticidad colorística, la distinguida diafanidad del acorde (con la sutilísima resonancia del “décalage”) y  un fraseo de intensos meandros reflexivos.


Dentro de las mismas características, tal vez algo intelectualizadas pero de superior calidad, las cuatro páginas de Debussy que se escucharon a continuación lucieron absolutamente controladas en sus desarrollos, profundas, pensadas con criterio, aunque quizás en dos de ellas (“Reflejos en el Agua” y “Homenaje a Rameau”) se echó de menos un hilo conductor de mejor articulación interna.

 


Schubert, intenso


            En la segunda sección Goerner encaró una de las piezas más arduas de Schubert (su magnífica y extensa Sonata en si bemol mayor), oportunidad en la que alcanzó niveles de óptimo rango en materia de limpieza sonora, técnica de digitación y modelados conceptuales de refinadísima paleta.
Tocó por completo de memoria (como en todo el resto de la noche), y cual si se tratara de un orfebre trabajando una joya preciosa, logró pianos y pianíssimos elegíacos, un apagamiento del sonido de notable filigrana y un manejo de los silencios integrado en un arco de perfectas interrelaciones, todo lo cual contribuyó a plasmar momentos musicales de singular, inimitable encanto.  


Carlos Ernesto Ure