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Kent Nagano, un director impecable para un concierto inolvidable. 

 

Un lujo llegado de Montreal

 

Martes 30 de Abril de 2013

Teatro Colón

 

Escribe: Juan Carlos Montero (publicado en La Prensa)

 

 

Orquesta Sinfónica de Montreal

Director: Kent Nagano

Solista: Serhiy Salov (piano)

 

Programa:

Obertura de Tannhäuser y música del ballet del Venusberg de Richard Wagner

Concierto para piano y orquesta Nº 2 en La menor S 125, de Franz Liszt

 

Organiza: Mozarteum Argentino

Sala: Teatro Colón.


Tanto la agrupación sinfónica como la mirada interpretativa del director Kent Nagano debieran calificarse con un superlativo que nos parece un grado mayor que el excelente, y que en el caso de un concierto sinfónico sólo podría otorgarse cuando, como en esta noche memorable (la del lunes pasado), la música se transmuta en los efímeros momentos de su materialización, en emotividad y deleite.


Ya fue llamativo observar la actitud de los músicos; todos de pie hasta que llegara a su puesto el concertino quien indicó un breve repaso de la afinación, sin excesos innecesarios, y en un comportamiento de respeto para con el público. Luego, la presencia de Kent Nagano, un director sobrio, mesurado; un maestro para todos ellos. Así comenzó la experiencia de apreciar una versión de exquisito refinamiento de la obertura y música de danza en ese continuo musical wagneriano, expresado con refinamiento en el discurso. Los sonidos de la Obertura de Tannhäuser de Wagner surgieron cristalinos, la regulación del sonido permitió apreciar sus detalles tenues y el valor inapreciable de un volumen siempre al servicio del discurso musical.


Luego llegó la versión del Segundo concierto para piano y orquesta de Liszt, con ese único movimiento durante el cual -como bien consignó Claudia Guzmán en su texto impreso en el programa- las diversas secciones se entrelazan unas con otras a pesar de sus notable diferencias y, precisamente, la versión del concertador desde la batuta y del pianista Serhiy Salov como solista, dio como resultado una versión, que sin la menor duda, hubiera deleitado al compositor, pianista y centro de un momento de la historia de la música, verdaderamente apasionante.


Desde el punto de vista de la versión, nada traicionó a Liszt, en especial por el logro, tanto de la batuta como del solista de sangre ucraniana, de respetar la partitura en sus más mínimos detalles. De ahí que se apreciaran los sólidos medios técnicos del pianista que transitó sin máculas por toda la extensión del teclado, emitiendo una sonoridad siempre pulcra, acaso algo robusta en los acentos, pero siempre de meridiana claridad conceptual. Un detalle que acaso dice mucho, el piano conservó en todo momento su perfecta afinación. Asimismo fue maravilloso que Nagano y Salov no accedieran al pedido de un agregado de parte del solista.


Por último llegó la cumbre del concierto; una Cuarta sinfonía de Brahms admirable, tanto por la mirada interpretativa de Nagano como por el rendimiento de la agrupación de Montreal que dejó escuchar una infinita gama de intensidades y matices en todos sus sectores. Un detalle que llamó la atención, y en cierto modo hace meditar sobre la calidad del sonido general de una orquesta, fue el tratamiento y la disciplina que dejaron escuchar los sectores graves de esta agrupación, en especial los provenientes de las filas de contrabajos, violonchelos y metales graves a soplo, todos aunados para lograr la base que sostiene el discurso musical.


Claro está que por esta manifestación de jerarquía musical, los asistentes lograron varios agregados con su sostenido aplauso; entre ellos el preludio al acto tercero de Lohengrin de Wagner, uno de los momentos de la suite La arlesiana de Bizet y un largo trecho del famoso Bolero de Maurice Ravel, todos ellos en impecables realizaciones como para poner fin a una noche de lujo.