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En la apertura de la temporada lírica

 

UNA “CARMEN” SIN ENCANTO EN EL COLÓN

 

Teatro Colón

Martes 16 de Abril de 2013

 

Escribe: Carlos Ure

 

“Carmen”, ópera  en cuatro  actos, con libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy  y

recitativos de Ernest Guiraud, y música de George Bizet. Con Jossie Pérez, Thiago Arancam, Rodrigo Esteves, Inva Mula, Fernando Radó, Sergio Spina, Norberto Marcos, Marina Silva, María Florencia Machado, Alejandro Meerapfel y Sebastiano De Filippi.  Coreografía de Nuria Castejón,  iiluminación de Eduardo Bravo,  vestuario de Renate Schussheim, escenografía de Daniel Bianco, y “régie” de Emilio Sagi. Coro de Niños (César Bustamante), Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Marc Piollet). El martes 16, en el teatro Colón

                                                                                           

El Colón inauguró el martes su temporada lírica oficial con una versión de “Carmen” que resultó francamente deslucida. Es que la traducción de la célebre ópera de Bizet (en formato “opéra-comique”), despojada de “élan” y sustancialmente de “charme”, irregular, desapasionada, careció de categoría artística por más de un motivo y no estuvo para nada a la altura de los antecedentes de la sala.

 

¿Los cantantes?

Digamos por empezar que la mezzo portorriqueña Jossie Pérez (protagonista), dueña de una gestualidad sensual que hizo acordar a Mata-Hari, exhibió un registro sin duda opulento pero de emisión despareja (tan aterciopelado como acerado), y al mismo tiempo fraseo, legato e inflexiones inmaduros, de extremada superficialidad (esto es: que no consiguió penetrar el personaje). A su lado la soprano albanesa Inva Mula (Micaela), si bien acreditó estimable línea, vio afectada su labor debido a su volumen limitado, escasa expansión y notoria debilidad en la zona grave.

 

En cuanto a los dos intérpretes brasileños, cabe destacar que el barítono Rodrigo Esteves fue un Escamillo de inocua discreción, mientras que el tenor Thiago Arancam (Don José), a través de su canto engolado y destimbrado, reducido, pleno de imperfecciones técnicas, puso en evidencia  que no estaba en condiciones de asumir cabalmente su parte.

 

Párrafo aparte merece la impecable faena escénica y vocal desplegada por el Coro de Niños, preparado por César Bustamante, y otro tanto puede afirmarse con relación al Coro Estable. Alejado de su conducción el vienés Peter Burian, se hizo cargo de la titularidad Miguel Fabián Martínez, quien obtuvo de la nutrida masa a sus órdenes grato rendimiento en punto a belleza sonora, afinación y tersura (fue sumamente bonito el cometido de los tenores en “La cloche a sonné”; el sector femenino debe mejorar en cambio su dicción y amalgama).

 

La orquesta y la puesta

Los aplausos más importantes de la noche se los llevó de todos modos un cuerpo de once bailarines especialmente contratados, quienes tanto en las danzas del segundo acto como en el último plasmaron con contundente elegancia coreografías arrogantes, de depurado carácter castizo diseñadas por la española Nuria Castejón.  

 

En el podio estuvo Marc Piollet, director parisién que produjo curiosamente una edición de “Carmen” en un todo conforme a la antigua (y largamente superada) tradición italiana, veloz, carente de matices y de encanto, y por añadidura, de articulación y planos harto confusos. Con respecto a la Orquesta Estable , es probable que no sea ésta la oportunidad para juzgar su desempeño, ya que los serios desencuentros suscitados con el maestro durante los ensayos no podían desembocar, desde luego, en una ejecución óptima.

 

La puesta corrió por cuenta de Emilio Sagi y no mostró ingenio ni creatividad mayores. Privado casi siempre de intensidad cromática (una contradicción con la vitalidad andaluza), iluminado sin demasiada originalidad y enmarcado por estructuras rígidas permanentes y fijas de dudoso gusto, que encerraron los espacios de desplazamiento y dificultaron la perspectiva de los pisos superiores, el marco visual no contribuyó en definitiva a elevar el nivel de la representación, pese al correcto vestuario diseñado por Renate Schussheim, obligada a amoldarse obviamente al sello impuesto por el “regisseur”. 

 

                                                                                                   Carlos Ernesto Ure