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UNA ESTUPENDA VIOLINISTA FRANCESA

 

Virginie Robillard

Mozarteum Argentina

Conciertos del Mediodia

Teatro Gran Rex

4 de Julio de 2012


                                            
Franck: Sonata para violín y piano, en la mayor, M 8

Ravel: Tzigane.

 

Virginie Robillard, violín

José Luis Juri, piano.

 

                En el marco de los Conciertos del Mediodía, empresa digna del máximo elogio que desde hace cincuenta y tres años lleva adelante el Mozarteum Argentino a favor  de la difusión de la cultura, el miércoles se presentó en el Gran Rex una violinista francesa que exhibió realmente nivel descollante. Acompañada al piano de manera excelente por nuestro compatriota José Luis Juri (diáfano, preciso, expresivo), Virginie Robillard abordó de manera inicial la célebre Sonata en la mayor, de César Franck, pieza arquetípica de la música camarística gala, y lo hizo, primordialmente, con una concepción unitaria acabada, muy bien elaborada en su tenso desenvolvimiento contextual.


Cadencia y vigor
Profesora habitual en el Mozarteum de Caracas (habla perfecto castellano), y graduada en la Juilliard School , dueña de una carrera internacional muy estimable y dominadora perfecta de su arco, la instrumentista lyonesa exhibió cadencia de admirable dulzura y melodismo, segura en su despliegue, de inefables, nostálgicas reverberaciones. Pero al mismo tiempo, y esto debe ser remarcado, Virginie Robillard lució en toda la sesión gradaciones esbeltas y un tañido de perfecta redondez y modelado, exento de mínimas asperezas o notas chirriantes, aun en los arduos ataques en los sectores agudo y sobreagudo. 


Si bien no pareció poseer un sonido de excesivo volumen, lo cierto es que nuestra visitante se manejó con eximia destreza técnica (la transparencia y tersura de sus pianíssimos fueron de impacto), legato de elocuencia vigorosa, espléndidamente desarrollado y una entrega sentimental transida de refinada espiritualidad.


Ravel
En la sección final ambos intérpretes acometieron una obra de Maurice Ravel (su rapsodia “Tzigane”), trabajo inclinado más hacia el ejercicio virtuosístico que a otra cosa, en cuyas dilatadas, tal vez intrascendentes variaciones la pureza del sonido, un toque impecable y el magnífico deslizamiento del teclado y el arco, con sus armónicos, pizzicatos, dobles cuerdas, ritmos de ascendencia danzante y “glissandi” plasmaron una versión si se quiere académica pero de impecable categoría.


                                                                          Carlos Ernesto Ure